Estas líneas se encontraron entre los papeles desordenados del despacho del doctor Witherburn, famoso por ser en su día premiado con el prestigioso galardón Redper, uno de los más codiciados en el mundo de la ciencia, después de que los albaceas de su testamento, depositado en la Correduría de Mr. Modd, mandaran forzar la puerta, para facilitar la investigación policial acerca de su extraña y repentina muerte. Hoy las traemos a este blog, para mostrar que hasta las mentes más preclaras y privilegiadas, más entregadas al raciocinio frío y eficaz de la ciencia moderna, pueden llegar a perder el norte cuando el amor se cruza en su camino, razón por la que el antiguo poeta Vernerano afirmó «el amor promete ser medicina, pero es el áspid que engaña al hombre». Que cada cual juzgue con su luz natural. Nosotros, por nuestra cuenta, seguiremos admirando al gran científico, aunque sucumbiera a las naderías inconsistentes del enamoramiento.
Tiene un pelo castaño y rizado que le cubre los hombros como un manto; labios de corazón, con el inferior ligeramente grueso, insinuando una sonrisa y un beso de tornado de desierto; ojos de niebla y arena, intensos, fuertes, de pestañas interminables; las mejillas afiladas, tersas y de comisuras que se internan sugerentes y decididas entre sus labios; la barbilla picante pero equilibrada; unos pechos pequeños que, como nubes solitarias, dibujan hermosas figuras imaginativas; los hombros rectos, morenos, y el cuello, delgado y liso, cual bien horneada, pulida y esmaltada terracota; las manos firmes, las uñas encarnadas, la nariz recta y rematada en un gracioso botón que, moldeado por la mano del Hacedor, apenas deja vez las dos angosturas por los que el aire entra en la gloria de sus pulmones; unas caderas insinuantes, ni exageradas ni rectas; unas piernas proporcionadas, de muslos sólidos pero no gruesos, que se unen, según el arte de la naturaleza, en la más increíble conjunción que pensar fuera posible, en un culo… un culo que solo puede calificarse de matemáticamente exacto, física y químicamente perfecto, descendido del Mundo de las Ideas como la encarnación visible de la Belleza, ni grasiento ni ausente, con la gracia de las flores al moverse con la brisa y de las ondas que recorren la superficie de un lago cuando una piedra cae y se sepulta entre sus aguas. Un culo especial. ¿Qué digo? ¡Extraordinario! Más aún: ¡sobrenatural! Inefable, como las verdades de la divinidad. Si los ángeles tuvieran culo, sería como el suyo, y lo mostrarían apenas tras las plumas de sus alas, temerosos de que la visión de tan maravilloso órgano produjera en los humanos todos los pecados libidinosos, todos los pensamientos impuros, todos los deseos ocultos y pervertidos que las leyes divinas prohíben y proscriben, y los llevaran de esta forma, a pesar de estar depositados y anclados a seres paradisíacos, al infierno, destino infame donde todas las verdades se esfuman. Pues ella, capaz de remover con su esquivez la seguridad de mis muros, es la feliz propietaria de ese dulce, elegante, apetitoso, increíble, atractivo, dadivoso, insinuante, inspirador, maleable, robusto, exquisito, exótico y extraterrestre apéndice, como una indescriptible máscara a cuyos ojos no puede dejar de mirar el espectador atónito, no sabe tanto si por atracción o por temor a caer en sus redes. ¡Cómo me gustaría tener ese culo sentado sobre la parte de mí que puede investigar sus secretos y penetrar sus misterios, mientras nuestras bocas se unirían locamente y mis manos palparían, insaciables, sus muslos, su cuello, su espalda, sus pezones, y ese innombrable y oculto tesoro que sus piernas no acaban de tapar nunca!
Abracé su cuerpo y sentí cada fibra de su ser contra el mío y se acurrucó en mi pecho y una lanza de fuego se clavó en mi alma… como si gritara de rabia por no poder atrapar eternamente ese momento. Feliz aquel día, en aquella calle estrecha, sombría y solitaria donde vivió mi antepasado, más famoso que yo, pero igual de desafortunado en el amor. La brisa de la mañana, a ras de tierra, aliviaba el calor reinante en los tejados. Ocultos a la vista del mundo. Enlazados. Con su cuerpecito entre mis gruesos brazos. Con mi rostro en su pelo, aspirando el penetrante aroma de su cabello rebelde. Miles de pensamientos pasaron en ese instante por mi mente, todos arremolinados en una sola idea: hacerla mía, fusionarla conmigo, y permanecer así, escondidos y perfectos; siempre así. ¡Quien diga que jamás fuimos nada miente! Hubo un tiempo en que lo nuestro se llamó amor con todo derecho, aunque no hubiera una declaración. Quizás un amor platónico (¿por qué lo inventaron?), pero real. Hubo un tiempo en que cada día a su lado fue un regalo; me atrevo, no obstante, a decir que en ese tiempo jamás estuve a su lado, sino que estuvimos juntos, nótese la diferencia. En ese tiempo, no tan antiguo ni lejano, apenas hace unos días, unas semanas, la lluvia era fresca y nos convertía en torrentes que compartían cauce y derramaban sus indistinguibles aguas sobre la misma tierra. Con el tiempo, del lago resultante nacieron ríos que se separaron y tomaron rumbos diversos; pero nadie puede negar que una vez fuimos una sola cosa. Estuvimos unidos más allá de la carne y los límites del mundo visible. O al menos eso quiero creer. ¿Quién sabe qué sucedió en realidad? A veces ni yo mismo sé si fue cierto. No quedó constancia alguna. A veces me consuelo convenciéndome de que todo fue un sueño.
Pero perdona, lector: he comenzado la casa por el tejado. O mejor, deja de leer.
Cierra el libro. Te lo digo en serio. ¿Quieres que te cuente una buena historia? ¿Has venido por ti mismo a este libro o porque otros te lo han dicho? Seguramente ahora estás pensando que ha sido un error gastarte tu preciado dinero en este volumen, en lugar de invertirlo en una hamburguesa grasienta y una bebida azucarada. ¡Cojonudo! Devuélvelo a la librería y que te den tu dinero. Vete a la hamburguesería y cómete a mi salud la hamburguesa más gruesa que haya. Y disfrútala. Es mejor que leer este libro. Aquí no hay buenas historias para ti. Tan solo la historia de mi vida, tan fea y desagradable como la tuya. ¿Para qué leerlo? Olvídate de este desgraciado libro. Abandónalo en cualquier rincón oscuro, véndelo, regálalo a una biblioteca a la que no vaya nadie o tíralo a la basura. Es lo mejor que puedes hacer. No es para ti. Es para otros más fuertes, más sabios, más grandes. No estás preparado. Yo tampoco lo estoy. Ni siquiera sé por qué te cuento todo esto.
¡Déjalo ya!
¿Sigues? Es tu problema… No digas que no te avisé. Porque lo que aquí se tratará es el pliego de cargos de una vida cargada de cadenas que prometía glorias y acabó por el barro. Y de paso se llevó a otros a la tumba.
Soplo el cuerno por última vez: si traspasas este umbral, puede que te arrepientas…