
He leído a muchos que escribían sus últimas palabras antes de dejar el mundo. También he leído a quienes narraban desde el nacimiento la vida de otros, reales o imaginarios, y los conducían, como por una travesía enjaulada, hasta la tumba. Y por último, he leído a aquellos que cuentan lo que no saben y fabulan más que hablan, mayordomos de patrañas, creadores de argumentos.
Hay en esta nuestra vieja y desalentada España caballeros del fraude fácil, evangelistas de gatos que parecen liebres, mucha pena y mucha envidia, cualidades inmemoriales y famosas que desde siempre han adornado a nuestro pobre pueblo y que con buen hacer aún conserva en lo que va de año. Y no creo que de aquí a final del que corre cambie la historia. A lo sumo, algunos cambiarán la historia de los pasados, que no es poco, y exige no pequeña dedicación y esmero. ¡Para todo hay que valer, mire usted! Hasta para roer pasto, que decían en un pueblo extremeño arrancado del tiempo.
Pintoresco y abigarrado pueblo este del que formamos parte, nos guste o no. Lleno de personajes. Lleno de vida. Lleno de historias. Así, como suena, repleto, desbordado, atiborrado y harto. El novelista sucumbiría ante el estupor y la confusión si de un vistazo pudiese contemplarlas todas y tuviese que elegir una sola.