Buenas tardes, amigos del mundo. Good afternoon, my friends.
Seguimos con la historia de Paco y compañía. Si queréis leer el capítulo anterior, solo tenéis que pinchar o copia el siguiente enlace en vuestro navegador:
Ahora seguimos con la historia. Espero que os guste. Compartid si es así.

<<Siempre, no obstante, los hechos suelen ser crueles, y muestran nula compasión con los sentimientos de los humanos. Los gritos ahogados de justicia de los desgraciados apenas traspasan sus propias gargantas. La sangre de las víctimas no cambia el curso de los siglos, y es pronto olvidada. Y, cómo no, mujer que ama presa propicia es para el desengaño.
Así fue que la súbita enfermedad de Paco, agravada por el clima y el silencio, vino a interponerse entre él y aquellas mujeres enamoradas. Podríamos hacer poesía de esto, pero sería inadecuado. Porque la descripción de la ausencia y la distancia solo puede hacerse mediante la evocación del vacío, del abismo, de la nada, el olvido y la añoranza. Y todos ellos son tópicos demasiado transitados. Toca imaginar. Que el lector ponga ahora algo de su propia creatividad.

Por lo demás, el curso del malestar no varió de lo que el médico del pueblo llamaba normal en una infección aguda. Tuvo fiebre durante un par de días, y anduvo adormilado mientras ésta perduró. Era el sueño pesado de quien está agotado: difícil descansar, y aún más difícil despertar. Transcurridos tres días, le bajó la fiebre, aunque durante un par más estuvo atolondrado. De vez en cuando le venía una fuerte tos, que parecía brotar de lo hondo del abismo, removiendo con ella todos los cimientos del mundo; tal era el ruido y la mucosidad que desprendía a cada sacudida. Pero pronto comenzó a notarse la mejoría, y en apenas dos jornadas más, Paco había recuperado el buen humor y el apetito, y la tos dejó de visitarle a cada frase que pronunciaba. Decía entonces que se sentía como un garbanzo puesto a remojo: ahora principiaba a ablandarse, y puede que pronto estuviera listo para que se lo comieran. Y se le ocurrían otras ironías, y todos se las reían, hasta el viejo, que por lo común se mostraba taciturno, pues creían que al fin había pasado el peligro. Quizá el médico considerase que era “sólo” una gripe, pero ellos sabían que el mar, cuando se adentraba en un cuerpo, solía llevarse a muchos por el camino de los pulmones. Y temían que se repitiese con él la historia, sobre todo Tomás, quien ya había visto a muchos seguir la senda de las humedades, que les nacían en el seno y acababan saliéndoles por los ojos mismos, y no sólo por la boca.
El caso es que durante el tiempo que se halló tendido y enfermo, Paco desarrolló una, desconocida para él, afición a la meditación. No hablamos de esos extraños métodos que algunos usan y enseñan para relajarse y descubrir no sé qué ignotos mundos de autodominio o autovacío, tan incompresibles para el que escribe como para aquéllos que lo defienden. Hablamos, más bien, de la ancestral y sanísima costumbre occidental de reflexionar sobre la vida y sobre cuanto nos aparece usando las humildes armas con que la Providencia nos ha dotado: análisis, sentido común y lógica. Hablamos, pues, de introspección, de “conócete a ti mismo”, pero también de “mira, ve y aprende”, de “escucha, Israel” y de sabiduría; de filosofía, al fin y al cabo. De acuerdo, no la filosofía de las academias y las cátedras, no; sino la filosofía de la vida a secas, que es al mismo tiempo maestra y fuente de todas las preguntas, y confirmatoria y negadora de todas las respuestas.

En esta pequeña afición nacida de la postración no estuvo Paco solo, ya que tuvo oportunidad de comprobar cómo también el viejo, que en su mocedad había estudiado en un seminario, frecuentaba la estación de los pensadores. No era, sin duda, alguien que respondiera al tipo de caballero bien posicionado que pasa su tiempo libre leyendo y debatiendo sobre el mundo y sus vaivenes, dando o quitando plácemes en función de tres o cuatro ideas que forman un conjunto simple y manejable de parámetros con que medir a los demás. En cambio, era una de esas naturalezas profundas que no han sido filósofos de carrera porque no han tenido otra opción que ganarse el pan con el sudor de su frente (convengámoslo, cuando el estómago aprieta, los sueños se abandonan), pero que muy bien podrían pasar por hombres sabios allí donde no hayan aún sentado plaza y mando los maestros de la sospecha y los servidores de la noticia. En fin, ni experto ni incauto, sino un término medio que, anudado a su buen humor y su fuerte y sereno carácter, componía una de las mejor acordadas orquestas del alma que yo haya conocido. Y esto era justo lo que necesitaba Paco para dar un paso más en su vida: había dejado atrás la ciudad, había encontrado la libertad, se había cansado por gusto y por rebeldía, se había dejado encandilar por el universo, y ahora ya estaba preparado para aprender a pensar. Aunque amar, por desgracia para sus cuidadoras, le quedaba todavía demasiado grande y lejano…>>