Cuando te he dicho esta tarde que iba a escribirte algo, las palabras asomaban su lucero en las rendijas de mi imaginación, como promesas alegres de amaneceres seguros. Pero ahora llega la noche, y no hay luz en las rendijas.
Cuando te he tomado la mano esta tarde mientras tú decías que cada vez estábamos más unidos, he notado una energía universal corriendo por mis poros y traspasar mi alma, como rayos invisibles que avivasen el mundo. Pero ahora llega la noche, y mi piel se ha quedado vacía.
Cuando has venido hacia mí corriendo y te has subido a mis brazos, rodeándome con tus piernas, mientras yo te abrazaba tan fuerte como para sellarte a mí, pero con cuidado de no asfixiarte, he creído volar, a lomos del viento. Pero ahora llega la noche, y la tierra se pega a mis plantas y me ata sin sueños.
Cuando me has mirado a los ojos esta tarde y me has contado todas esas cosas que parecen insignificantes, pero que son lo único importante, has establecido en mi espíritu una feria de atracciones, llena de risas y locuras para el niño que vive dentro. Pero ahora llega la noche, y la feria ha cerrado, y el niño duerme.
La noche, empero, no durará siempre. La luz retornará y se apagará, y retornará otra vez. La energía rebrotará y se esfumará, y rebrotará. El viento regresará y se calmará, y regresará de nuevo. Y la feria volverá a abrir y volverá a cerrar, para descubrir sus secretos otro día. Pero hay algo que nunca cambiará ni sufrirá mudanza, algo que permanecerá inquebrantable e inamovible: siempre estaremos juntos, aunque el mundo entero se interponga entre nosotros. Nuestra unión no la puede entender nadie, y por eso nadie la puede quebrantar. Nuestra unión no es de este mundo, sino que fue pensada mucho antes, porque tú y yo, luz de oasis, rayo del desierto, arena tostada por el sol, tú y yo… somos nuestro destino.
Así cantaba al sol de la tarde el Poeta loco, de pie sobre el océano interminable de dunas, los brazos abiertos, y los ojos llenos de fuego, mientras la noche nacía lentamente y un ambiente irreal caía sobre nosotros, que, tendidos de rodillas con la cabeza sobre el suelo, nos dejábamos embriagar por la voz narcotizante del mayor y más misterioso de los poetas que jamás han existido.
Cantó, y cantó, mientras nos alimentábamos de sus versos, hasta que el sol regresó de nuevo, esbelto, envuelto en llamas, sobre las dunas morenas.
