Hoy viene a hacernos una visita el escritor DAMIÁN PATÓN. Le damos la palabra. Si os gusta, pasaos por su perfil (abajo).
BUSCANDO A TXOMIN
Creo que llovía. Puede que lloviera. Encendí un cigarrillo. Me llamo Iñaki Iristiaga, suelo llevar un abrigo corto impermeable en otoño e invierno. Me gusta calzar zapatos cómodos. Llevo el pelo corto. Ralo. Me gusta fumar y no me gusta que los demás se molesten por ello. Me gusta la buena ropa-sin excesos-, me gusta la buena comida -sin excesos- y beber bien -sin aturdimientos-. Pero hay días y días. La lluvia en otoño puede ser buena. Lo es la caída de la hoja. Lo es el cielo encapotado, como si anocheciera de repente, como si a media mañana fuera una noche atrasada en busca de un cielo claro. Y lo hace con hambre atrasada. Como mi melancolía. Llevo veinte años mirando el mismo reloj. Es un Pulser plateado, fabricado en Suiza. El reloj ha marcado miles de horas. El reloj ha roto el curso de mis años en esas horas. Ya no tengo destino, ni quiero tenerlo. Llevo veinte años mirando el mismo reloj…veinte años, también, buscando a Txomin. ¿Les dije que estaba buscando a Txomin? ¿Les dije que veinte años buscando a otra persona no son nada, si la salud te acompaña, si las estaciones giran en el calendario y si te sientes con ánimo para ello? Veinte años no son nada…puede que sí, puede que no. Me levanto las solapas del cuello del abrigo y cruzo, sin paraguas, bajo la pertinaz lluvia, el cigarrillo cimbreándome en los labios. Soy hábil y ducho fumando bajo la lluvia. Jamás se me apagan los cigarrillos, en esta noche prematura a las 12:20 del mediodía. Es otoño. El otoño ha comenzado.
Quizás encuentre hoy a Txomin. Tal vez mañana, pasado mañana o nunca. Lo último es improbable. Ya no puedo dejar de buscarle. El objetivo de mi vida es buscarle… y encontrarle. Solo llevo veinte años buscándole. La primera vez que me dieron una foto suya era en blanco y negro. Yo tenía veinte años menos y Txomin supongo que también. No he vuelto a obtener otra foto suya. Durante las largas noche de otoño, invierno, primavera, y cuando apretaba insoportable la canícula, en el cuchitril de la pensión donde vivía, contemplaba, absorto, la foto de Txomin. Prendía un cigarrillo y la foto de Txomin me vio envejecer. El jamás envejecía en su foto… Curioso, ¿no? Nunca arrugué la foto. Luego hubo un lapsus…me puse enfermo. Me declararon un cáncer, descubierto a tiempo. La foto de Txomin sirvió como un oráculo. Seguro que no iba a morirme, sin encontrarle, sin ajustar cuentas. Y evidentemente, estuve a punto de palmarla. El cáncer murió antes que yo. Yo sigo vivo. El cáncer no. Sigo fumando. Fumar es un acto contra natura, según dicen.
Quien me dio la foto de Txomin y me contrató para el encargó se suicidó… Le dije que lo encontraría. Me pagó bien, pero de repente un día se suicidó. Tampoco pensaba realizar el encargo. El encargo solo era un pretexto para mí. Me sentí con el deber de hacer justicia. Luego, lo empeñé todo. Empeñé mi casa… la vendí, para instalarme cerca del lugar donde se suponía que vivía Txomin. Pagué a confidentes, que me engañaban. Al final, tuve que matarlos. Los confidentes eran yonquis. Durante un año, volví a perder la pista de Txomin. Se había casado, supongo. Tenía mujer e hijos, me imagino. Pero había huido -literalmente huido-, a Venezuela. Luego, nada. Vacío. Un hueco en mi dilatada búsqueda.
Decidí tomarme unas vacaciones. Sabía que Txomin volvería. De eso estaba seguro. Como estoy seguro de que no está muerto y como estoy seguro que acabo de cumplir cincuenta años… y él también. O más. Quizás sea mayor que yo. El viejo que vivía cerca de una Ikastola, en un caserón roñoso, de vigas crujientes, era un autentico batasuno. Me habló casi como en clave, en puro euskera. No me dio la gana de seguirle la conversación. Podía hablarme en Suahili… Le hable en español. No soy nacionalista de ningún bando. Busco a Txomin. Mi patria es la búsqueda. Mi idioma el que sé, el que me enseñaron.
El viejo, arrugado como una pasa. Grande como un viejo elefante, se llamaba Chema. Un nombre demasiado español… Dijo que Txomin era un vendido a los españoles. Y, con ese recelo, de los que viven en vetustos caserones, y con la boca llena de anís, fumando tabaco malo, me dijo que estaba convencido de que yo era un chivato. El había aguantado muchas hostias y torturas. Txomin era distinto. Voluble y transparente. Dijo que los batasunos de verdad no se largan. Se mantienen en la lucha contra el español. Están en guerra. Le pregunté, mientras bebía aquel asqueroso anís, dónde estaba Txomin. Cada vez que le preguntaba eso, era como si metiera el dedo en la llaga. Como si hollara en una herida infestada de pus. Se calló y me invitó a salir, de malas maneras. Supuse que debía ocurrir así. Me prendí un cigarrillo, mientras atravesaba el pasillo… Tengo cincuenta años. Me gusta mi abrigo, que heredé de mi abuelo. El abrigo es como mi segunda piel en otoño e invierno. Me empujó. Entonces me volví y saqué la pistola y le descerrajé un tiró en el entrecejo. Cayó como un fardo. Escupí. He venido a buscar a Txomin, no a aguantar humillaciones.
No sé que pasó, pero seguía lloviendo. Me hospedé en una pensión bastante decente y me encerré en la habitación. Afuera, el frío del otoño declaraba la guerra gélida a los viandantes. Vi la televisión y puse la foto de Txomin, veinte años más joven, a mi lado. No tenía hambre. Fumé. Uno siempre fuma para escapar de su tensión.
Y recordé.
En veinte años, pueden ocurrir muchas cosas. Durante un lapsus de tiempo, sé que Txomin estuvo huido en Venezuela. En la costa. El mundo es amplio y diverso, pero pequeño como un mapamundi, al alcance de nuestros ojos. Txomin regresó. Tuvo una debilidad y yo también. Podría haberle alcanzado, ese momento en Vitoria, pero la pasma se me adelantó. Me había dejado una mujer que amaba a otro, pretextando que estaba demasiado obsesionado con Txomin. Podría ser. Puede ser. La pasma lo pilló, en algún caserío secreto. Necesitaba ver a su mujer e hijos y lo atrapó, en plena reunión familiar. Solo pudieron meterlo entre rejas por cuatro fechorías sin importancia. Estuvo diez años y salió. Mientras tanto le busqué, dando vueltas en círculos. Investigué qué haría cuando saliera. Conocí a su mujer. No amaba a Txomin. Sí a mi. Sus hijos eran prófugos de la justicia. Pero la mujer de Txomin era como una infección para mí.
Yo estaba buscándole a él.
Y finalmente tuve que matarla… enterré su cadáver cerca de un zulo. Y luego desaparecí, durante una época. Y he vuelto. Txomin salió… ahora he de saber dónde esta.
Es necesario.
He de hacerlo.
Miré el pulser de esfera luminosa. Fabricado en Suiza. Bonita hora: 20:30…Hace frío. En la Taberna, los clientes no ven la lluvia. Yo más que verla, formo parte de ella. Contemplo a todos desde mi rincón, guarecido bajo unas arcadas. En esa taberna se habla del País Vasco. O de futbol, claro. O de religión. De vez en cuando entra algún guardia civil, camuflado, pero es olisqueado en el momento, y debe salir corriendo. Txomin visita ese lugar. La foto ya está arrugada. Lo he visto por televisión. No es el mismo. El tiempo le ha vencido. Esta inflado. Gordo. Ajado. Me ha decepcionado. Hago una bola de papel con la foto y la arrojo, a un charco, bajo el crepitar de la lluvia. Enciendo otro cigarrillo y mis pies, como valiosas avanzadillas de un ejército de miembros sin control, me ayudan a atravesar, enfundados con mis zapatos, la lluvia, guarecido en el abrigo, con el cigarrillo, entre los labios. Llueve, y llueve con ganas.
Entro. Estoy aquí.
Un vahído de calor, de olor a tabaco, a gentío, me ha abofeteado.
Siento, veo, cómo todos me observan. Veo hostilidad. Desconfianza.
«Me llamo Iñaki» digo. Oigo mi propia voz como el badajo de una campana, y busco a Txomin. «Póngame un vino, por favor». Veo que me miran con hostilidad. El tabernero me mira con desprecio, pero yo pago antes de que me sirvan. Txomin estará por ahí. Fumo, apoyado en la barra. El murmullo hostil, bisbisea como el zumbido de un mosquito. Estoy fumando. Soy parte del humo que fumo.
¿Dónde estará Txomin?
Tengo cincuenta años. Estoy cansado. El tiempo en mi Pulser, en su esfera luminosa, me delata. Llevo veinte años mirando la esfera luminosa del Pulser. ¿Dónde esta Txomin?
Estoy aquí, bebiendo mi vino, fumando con parsimonia. Y llevo diez minutos, desde que pregunté dónde esta Txomin. Tiene que hacer efecto. Ya no seguiré buscando más. Es un asunto viejo, pero ya no sé cuál fue el principio. Entonces el tabernero, ante las suspicaces miradas me señala al fondo de la taberna. Una puerta. Siempre una puerta. Es la puerta que supongo que me llevara a él. Escaleras. Al cerrar, subo unas escaleras empinadas. Oscuras. Mis pies están firmes. Llegó a otra puerta, empujo y me encuentro con un cuarto luminoso, espacioso. Un hombre sentado en una gran silla, ante una mesa, bebiendo vino y con una pistola en la mano. Es un hombre inflado. Gordo, Tiene mas años que yo… muchos más, seguro. Es un cabrón engreído. Y así me trata. Me dice:
-Tienes los cojones de venir solo, ¿eh? ¿Quién te crees que eres? Me dieron el soplo los de abajo.
Me importa un bledo. Tengo algo de miedo. Pero hostias, veinte años, son veinte años y ya no me apetece esperar más. He sentido que me cansaba. Voy a prenderme un cigarrillo, cuando el hombre se levanta de golpe, alzando la pistola… le enseñó el cigarrillo y lo prendo.
-Así, mejor -dice.
Es tan tonto que no me registra. Debe sentirse muy protegido por todos los de abajo.
-¿Quién eres? ¿Quién te envía? Ya les dije que…
-Busco a Txomin -corto con voz tajante.
Se queda boquiabierto. Tengo la impresión de que no puede dar crédito a lo que está oyendo. Miro la habitación. Me gusta. Debe ser un lugar ideal para huir. Una habitación. Sí, una habitación.
-¿Me estas tomando el pelo?
-No. Busco a Txomin.
-¿De que vas?
-Busco a Txomin.
-Txomin soy yo… soy yo.
Grita, envalentonándose, agitando el arma. Sin duda se cree superior a mí.
-¿Eres tú? -le pregunté con frialdad, lanzando una nube de humo-. Pues llevo veinte años, buscándote.
-Vas dao… ¿en serio?
-Si.
-¿Y qué quieres?
-Me debes una.
-Así… ¿cual? -pregunta burlón.
-Me traicionaste.
-¿Que yo te traicioné?
Tiro el cigarrillo y lo aplasto en el suelo de madera.
-Oye tú, sé mas educado… mas cívico. Esto no es una porqueriza.
-Me debes una -insisto.
-Tú no eres poli. Eso ya lo sé… ya no pertenezco a nadie. Soy libre. ¿Qué es lo que te debo, gilipollas?
-Me traicionaste.
-No me infles los cojones. No sé quién eres. No te entiendo. No eres periodista. Llevas días dando vueltas. Me parece que eres un colgao de esos…no sabes lo que quieres. ¿Has venido para eso? Anda sal por…
-Yo quería ser uno de los tuyos… pertenecer a tus filas… pero me miraste mal. Te reíste de mí. Me dijiste que me dedicara a otra cosa y eso es algo que no he podido olvidar. Me humillaste. El rencor no me deja vivir. Esa mirada de chulo, de arrogante de mierda y de desprecio. Me impedisteis ser uno de los vuestros. La culpa fue tuya.
-Oye tú, ¿estas bien de aquí? -se señala la sien-. Anda vete, no sea que te dé dos hostias…
-Me ofendiste… llevo veinte años ofendido. Yo quería luchar por la patria, pero tú me miraste de arriba abajo y te reíste de mí. Te burlaste de mí. De mi amor a la causa. Y eso me dolió. No se lo consiento a nadie.
-Me estas tomando el pelo. No me acuerdo de ti… ¡Cómo voy acordarme de un mierda como tú! Vete, antes de que te pegue un tiro y acabes en la cuneta. Aire.
-Ha llegado mi hora… mírame. ¡Mírame a la cara!
Se puso bravucón, pero le clavé el arma en el entrecejo y le cogí la suya. La mía tenía silenciador. Se quedó paralizado.
-Ya no me miras como en aquel entonces. Soy Iñaki…
-No me acuerdo. Seguro que eras un mierda que se cagaba en los pantalones. Una nenaza.
-Eso me dijiste y te burlaste y me diste una hostia. ¿No te acuerdas?
-¿Como iba acordarme de un pringao como tú?
-Aquí estoy.
-No saldrás de aquí, si me matas.
-Llevo veinte años buscándote. Llevo veinte años buscando este momento. Me acosté con tú mujer.
Y se rio, se rio casi hasta llorar y le dije que estuviera quieto.
-Esa puta…
-La maté…
Se puso muy serio.
-Y ahora, como destruiste lo que yo sentía…tú mirada, tus palabras, tus desprecios…yo podía haber servido a la patria. Veinte años. Adiós. Mírame…
Y disparé. Se estampó contra el fondo de la pared. Los sesos esparcidos. Tenía los ojos abiertos. Me guardé las dos pistolas. Fue un balazo limpio. Me encendí otro cigarrillo. Lo peor estaba al salir. Pero al bajar las escaleras, un alegre bullicio, una algarabía de borrachos y canciones vascas, me permitió, pasar desapercibido, entre ellos. El tabernero, estaba absorto, mirando la pantalla plana; un partido de futbol, como la mayoría de los clientes. Eso es la patria. Cualquier patria. Y salí, corriendo bajo la lluvia…ahora ya no tenia que buscar más…Huir. Sí, huir.
Damián Patón es autor, entre otras obras, de «Los buenos terroristas» (Célebre Editorial):
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