En Somnia nos encanta la fantasía, ya lo sabéis. Esta es la casa de la literatura, y en este hogar, la literatura de fantasía tiene una habitación especialmente decorada y cómoda. ¡Somos fanáticos de los más alocados sueños y extravíos de la mente, que crea reinos y tierras que nunca existirán ni existieron, y las colma de miles de pululantes seres, empeñados en abordarse unos a otros, como locos en plena peste, en medio de un océano de misterios y novedades inesperadas. No hay en Somnia un solo rincón que no esté lleno de fantasía.
Nos encantan los escritores noveles. Escritora, en este caso, para ser más específicos. Somos el altavoz que lanza a estos autores desconocidos a la palestra, para que el mundo los mire y se asombre. Hay mucho talento escondido, más allá de los grandes nombres mediáticos.
Hoy ha venido a compartir con nosotros sus creaciones una autora que dará mucho que hablar: Jenny Mbuña. Aún es pronto para desvelar sus proyectos, pero ha querido mostrarnos un pequeño adelanto de una obra que algún día leeréis en las mejores librerías. Esperamos, por supuesto, que esta no sea la última vez que nos muestre en qué está trabajando. Recordad su nombre. Volveréis a tener noticias de ella.

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Sin apenas fuerzas, Elora Dannan se erguía en sus cansadas y largas piernas, en busca de un refugio que le sirviera de lecho improvisado para reposar su bello cuerpo, agotado por tan ardua lucha. Embadurnada de sangre de orco, intentaba mantenerse en pie, casi sin éxito. Las piernas le temblaban, y de vez en cuando cayó al suelo, teniendo que arrastrarse por aquella senda oscura, celosamente guardada por cipreses, pinos y majestuosos robles, que dejaban entre ver el oscuro pero estrellado cielo de Avalontia. Los rayos de la luna, plateados, iluminaban a intervalos el paso de la audaz guerrera, que se apoyaba como podía en la imponente arma ensangrentada con viscosa y verde sangre orca que llevaba en la manos.
A lo lejos divisó una pequeña cabaña de donde salía, por una pequeña e imperceptible chimenea, una fina columna de humo gris.
La cabaña estaba hecha de barro y paja, y era tan diminuta como aparentaba en su lejanía. Sin duda, era una casa de gnommit, unos seres, no tan bajitos como un gnomo ni tan grandes como un enano, con cara achatada, y orejas y bigotes como un ratón.
Elora consiguió llegar hasta la basta puerta y alcanzó a tocar la pequeña campanita que a un lado colgaba. En el último tintineo se desplomó víctima del cansancio y de las heridas de la pelea.
Una voz molesta e irritada atravesó la débil fachada.
—¡Por el amor de las siete Diosas! ¿Quién toca a tan indecentes horas en casa de una humilde familia? ¡Gnomerto, abre tú! —exclamó la señora gnommit, a la que habían bautizado con el nombre de Gnomberta.
—Serás pesada, mujer —rumió Gnomerto, mientras se calentaba las manos al fuego de la chimenea a la que Elora había seguido el rastro.
—¡Que vayas, viejo y vago gnommit!
—Está bien, está bien.
A regañadientes, el enfurruñado Gnomerto se levantó de su cómodo sillón de piel de jabalí y enfiló hacia la entrada, abriendo con tanta brusquedad que hasta los bigotes de Gnomberta se movieron por la ráfaga de viento que causó.
—¡Por las siete Diosas! —exclamó Gnomberta agachándose a apartar el pelo que cubría el hermoso rostro de la humana que se hallaba tirada en el frío suelo de su porche -. Esto sí es un gran problema>>.
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