
No hay tierra firme.
Yo no sé si alguno de vosotros me va a entender, amigos míos. Perdonad si consiento a veces pensamientos que me condenan a sentirme aislado del mundo, que me obligan a verme a millones de años luz de los demás, aunque sus cuerpos estén al lado. Reconozco que hay días que me puede la soledad de una forma radical. Antes, cuando era muy joven, al contemplarme en este estado interior, cedía fácilmente ante la desolación, pero en mi madurez dichas premisas finalizan normalmente en una conclusión diferente: me siento especial.
Quizás creáis que es una forma de autoconsolarme, o el paroxismo de cierta ceguera interior, o la vanidad del escritor. Quizás tengáis razón, no debatiré con vosotros sobre esto. Sin embargo, yo he meditado mucho sobre ello y que creo que no es una cuestión tan sencilla como para ser resuelta con tan precipitados juicios. Tampoco me hallo preparado académica ni científicamente para componer un diagnóstico elaborado sobre mi situación psicológica, pero sí intentaré exponeros de modo ordenado la dirección, sentido y caudal de algunos de esos ríos interiores que corren por mi mente.
Madurez
Lo primero que quiero dejar claro es que soy una persona solitaria. Ya sé que algunos os extrañaréis por esto, pero toda mi sociabilidad ha sido producto de un largo y duro aprendizaje, sobre todo en mi juventud, que he interiorizado de una manera exitosa, por el cual un carácter difícil, a veces agresivo, no siempre expansivo ni generoso, adquirió la convicción de que los demás eran importantes y semejantes a mí, aprendió a convivir con sus defectos y a comprender sus sentimientos; se percató del poder de los pequeños detalles de amor y cortesía, se deleitó en la satisfacción de conectar con los demás a través de esos detalles, y empezó así, poco a poco, pero sin miedo, a salir de su encierro original y abrir las ventanas al aire fresco. A lo largo de estos años, he pasado de ser un adolescente inseguro, egocéntrico y agresivo, a un hombre tranquilo, afable y de convicciones fuertes, pero no inmóviles ni petrificadas. Este avance (que posiblemente sea semejante a de muchísimas otras personas) ha tenido una importante variante en cómo vivo mi propia ansia de soledad. Porque sí: sigo siendo un hombre solitario. Cuando entrego mi compañía a una persona, es porque esa persona es importante para mí. A veces los demás no lo valoran. Pero mi amistad no la entrego a cualquiera. No porque yo valga más, sino porque deseo estar solo, en lo más hondo de mí, y este deseo no me produce malestar, sino placer. Ahora, en mi madurez, la soledad ya no deprime. Ahora me fortalece. Y cuando busco a mis amigos, a mis familiares, no es mi carencia y mi necesidad las que los buscan, sino mi amor libre y desinteresado. He comprendido que puedo actuar así y que hacerlo me hace más feliz.
Labilidad
Pero tengo mis días… Normalmente, son más grises que luminosos. Entre los grises, también se depositan algunos negros. Es más, hablamos de días, pero es una división temporal artificial y caprichosa, que no responde a la realidad. En mi caso, los estados de ánimo pueden variar desde lo más bajo a o más alto, y viceversa, en apenas unas horas. Paso noches terribles. Y cuando llega la mañana, me veo capaz de comerme el mundo. La tarde, acaso, me arrebata la energía y me entenebrece la mirada, pero antes de dormir puede que me ría a carcajadas. No, no estoy loco. Sufro de labilidad emocional. Siempre lo he sufrido.. Es ahora cuando lo sé. Ahora me entiendo. Y no es fácil, os lo aseguro. Es una carga pesada. Me obsesiono con problemas reales o ficticios. Pierdo horas de sueño. Descanso mal. Padezco, y mucho. Luego, tengo momentos de euforia, en que me parece que puedo con todo y que voy a conseguir cualquier cosa que me proponga. Soy una batidora de estados de ánimo. Y no estoy hablando de días buenos y malos, esos los tenemos todos. Estoy hablando de llorar sin motivo, o de reír en medio de la noche; de odiar y de amar con cinco minutos de interludio; de querer rendirse y de sentirse imbatible en la misma frase.
¿Sabéis lo que me salva? Que he aprendido a soportarme, a tener paciencia, a no hacerme demasiado caso. He desarrollado la capacidad de mantenerme estable dentro del caos. Ponerme objetivos por escrito y compararme con situaciones externas de otras personas me ha ayudado. Tomar distancia respecto de uno mismo es esencial.
¿Sabéis por qué me viene bien? Porque estos rápidos emocionales me ayudan a entender mejor a los demás, y también a escribir. Siempre he sabido tener empatía con mis propios personajes.
Aquí lo dejo. No puedo decir más hoy. Otra de las características de mi personalidad es que esta continua tormenta interna me impide estar concentrado durante largos periodos continuos. Al final, lo que podía ser una limitación se ha convertido en una forma de trabajar. He transformado el obstáculo en un escalón hacia lo alto. Pero de esto, os hablaré otro día.
Me vuelvo a mi soledad.