El poder de la música

silhouette of a man playing saxophone during sunset

¿Te has parado a pensar alguna vez en cómo sería nuestro mundo sin la música? Créeme que sería insoportable. Personalmente, yo no lo concibo. Y tú, ¿qué opinas? Veamos…

Queramos o no, vivimos siempre rodeados de notas musicales. Piensa, por ejemplo, en una película sin su banda sonora. ¿Sería lo mismo la apertura de Star Wars presentando el episodio de turno sin sus archiconocidos acordes de John Williams? ¿O el disfrute de la paz en la montaña sin el trinar de los pájaros? ¿Cómo podríamos animar a nuestro equipo favorito sin un cántico que una a toda la afición?

Siempre se ha dicho que la música amansa a las fieras. Pero no es común hablar de que pueda generar el sentimiento contrario, es decir, incitarlas a la agresividad o a la violencia. O a cualquier otro sentimiento. ¿Cómo puede ser esto? Se debe a que la música es capaz de engendrar infinitas sensaciones, de trasladarnos a determinadas épocas de nuestra vida o a momentos muy concretos, y revivirlos con tanta intensidad, que casi podríamos tocarlos con la punta de los dedos. Es por ello que la magia de la música invade nuestro ser aunque no seamos conscientes todo el tiempo. No nos damos cuenta, y aunque intentemos renegar de ella, necesitamos tenerla con nosotros, aunque se reduzca a un simple silbido o tarareo. Hasta esa melodía que se nos mete en la cabeza y que nos produce rechazo o rabia, ya consigue trasmitirnos algo (de ahí el ejemplo de la agresividad en las fieras). Además, una canción no es única, tiene tantos dueños e interpretaciones como almas, lugares y estados de ánimo donde se presente. Es un patrimonio universal al que la humanidad, de forma involuntaria, se ha ligado desde el principio de los tiempos.

girl wearing red tutu

La música está presente durante toda nuestra existencia. Nos puede acompañar en la jornada laboral pero también en los días de asueto en las animaciones de hoteles y campings. Disfrutamos de ella —o no— en las discotecas y bares durante nuestro tiempo de ocio. Es tremendamente importante en bodas, ceremonias, celebraciones, aniversarios y cumpleaños. En los conciertos es el motivo central del evento. Es capaz de convencernos en anuncios o mítines políticos, o por lo menos, lograr que los recordemos por esa melodía. Es un complemento muy necesario en concursos de televisión y en certámenes de todo tipo. Hasta en las competiciones deportivas importantes existen grandes ceremonias de apertura y clausura llenas de música.  La llevamos en el coche, en el tren y en nuestros desplazamientos en general. Ahora la escuchamos en nuestros teléfonos móviles pero antes teníamos los walkmans, aparatos de radio, transistores, gramófonos y, mucho antes, no había más remedio que escucharla en directo. Ciertas notas nos ayudan a dormir, nos sirven para relajarnos o evadirnos y nos sanan en determinadas terapias, aunque en ocasiones busquemos el silencio absoluto. Nos define en nuestra adolescencia, nos acompaña en el amor, en el desamor, en la alegría y en la tristeza. Diferenciamos épocas y partes del año por el tipo de música, como «la música de los sesenta», los villancicos o la canción del verano. Para las religiones es una parte fundamental en sus doctrinas. Cada país tiene su himno característico por el que se identifica. Durante el confinamiento sonó en los balcones para confiar en el futuro. Cada vez está más de moda ponerla en algunos partos durante el alumbramiento y también cuando nuestros oídos ya no pueden escucharla en nuestro funeral. Desde que nacemos hasta que morimos estamos acompañados de ella. La conocemos en las primeras nanas que nos cantan de bebés y nos despedimos de ella escuchando nuestro tema favorito como última voluntad antes de abandonar este mundo.

Para los que nos agrada escribir es luz, es vida y es la brújula inspiradora que nos redirige hacia un sentido o el contrario, dependiendo del día y de nuestras caprichosas musas. Nos encrespa el vello, humedece nuestras pupilas y nos remueve las entrañas y nuestra imaginación hasta donde otros no han podido o sabido llegar. Nos convierte en creadores de mundos alternativos, aunque no sean necesariamente mejores. Sabemos apropiarnos de una melodía que parece haber sido compuesta solo para nuestro cometido y de absorberla egoístamente para nosotros.

En mi corta experiencia escribiendo, trato de vivir en primera persona todo lo que imagino, pero siempre acompañado de unos determinados temas musicales. De esta manera, puedo vivirlo como en una película pero al mismo tiempo siendo totalmente real. Y no una película que esté viendo cómodamente desde el sofá de mi hogar, no. Puedo ser el protagonista o el antagonista, puedo ir saltando de personaje en personaje pero sin ser un actor. Todo parece estar pasando y a la vez ser parte de un sueño. No sé si soy capaz de explicarme. La música es el condimento, que añadido en su punto justo y en el momento exacto de cocción, consigue confundir realidad y ficción. Si a todo esto le sumamos que es nuestro oráculo cuando todo lo demás nos abandona, uno se da cuenta de que es doblemente imprescindible para la vida.

En los comienzos del cine, todos los sonidos eran suplidos por texto y música para aniquilar el silencio de las películas mudas. Aunque después llegó el sonido, eso no hizo que desapareciera la música. Mi preferencia por las bandas sonoras a la hora de inspirarme debe originarse porque ya vienen vinculadas a escenas cinematográficas que se quedan grabadas en nuestra mente como a fuego. Reinterpretar esas melodías para montar mi propia historia en el papel es un excelente ejercicio a la hora de escribir un relato. Me pregunto si el supuesto lector será capaz de escuchar su propia melodía detrás de las palabras para hacer su interpretación de la historia. ¡Qué mágico es todo! Música, literatura, cine y vida están vinculados en una perfecta fusión.

Y después de muchos años he podido entender la sincera tristeza —con lágrimas incluidas— que me producía una melodía, que ni recuerdo, y que presentaba una radionovela que seguía mi madre a principios de los ochenta. Daría cualquier cosa por volverla a sentir porque, al no a escucharla desde entonces, me trasladaría por un instante a aquella época. Este es el incomparable poder de la música.

Óscar Green

Publicado por Somnia

Blog literario y magazine cultural

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