Queridos amigos y lectores de Somnia:
¡Por fin! Os lo prometimos el domingo pasado, y ha llegado el momento de cumplir. Aquí está el relato ganador del I Premio Somnia de relato breve. Se trata, como veis, del relato titulado Eternamente Arleth, escrito por Rocío Llamas, de Barcelona, a la cual volvemos a felicitar. Leedlo y disfrutadlo. Compartid y comentad, por favor.

Eternamente Arleth
—Mamá, ¿hay una puerta en la Tierra desde la que se pueda llegar al cielo?
La pequeña Arleth, con solo seis años, siempre había mostrado un entendimiento de la vida superior al que correspondería por su corta edad.
Aún no había vivido la experiencia de la muerte de ningún familiar y, sin embargo, desde que supo hablar, explicaba a su madre, Ángela, recuerdos de una vida anterior a través de los que la dejaba perpleja, mientras que su padre, Luis, no le daba mayor importancia, porque estaba convencido de que lo hacía para llamar la atención y dejar patente su capacidad de inventiva.
—No, Arleth, cariño… No hay ninguna puerta en la Tierra desde la que se pueda llegar al cielo. Para ir al espacio hay que utilizar una nave y subir muy arriba hasta pasar las estrellas —contestó Ángela.
—Entonces, ¿una vez que acabas en esta vida, ya no puedes volver nunca a la que teníamos antes? —Su madre abrió los ojos intentando penetrar en las ideas de su hija—. ¿Es igual que al acabar un cuento y empezar otro?
—Supongo que sí —dijo Ángela, dudando si ella misma creía en eso.
—¿Y si es así, por qué se llevan flores al cementerio? —La pregunta descolocó a su madre. Al verla dudosa, Arleth prosiguió—. Es que… si nos vamos a otra vida en la que nadie recuerda nada de la de antes, ¿para quién son las flores?
Difícil pregunta para un adulto. Aún más complicada era la respuesta que Ángela tenía que dar a su pequeña. Era inaudito que una criatura de tan corta edad pudiera plantearse esa cuestión sin tener un trasfondo, un vacío en su pensamiento, que necesitase llenar con respuestas.
—En realidad, Arleth, las flores se ponen para calmar la angustia de los vivos. Creemos que son el símbolo que une a la humanidad con la vida y, a su vez, a ésta con la muerte. Cuando queremos despedirnos de alguien porque se va a vivir al cielo, representamos nuestro dolor en señal de despedida poniendo flores en el cementerio. Es una manera de decirle que su recuerdo sigue en nosotros.
—Desde el cielo no se ven las flores, mamá.
Arleth bajó la mirada con un halo de tristeza.
Ambas enmudecieron por miedo a qué decir. Ángela sopesaba la idea de que Arleth tuviera algún problema mental que derivase en esa obsesión de haber sido antes otra persona y recordar quién había sido en su anterior «yo»; mientras que Arleth no podía concebir que su madre, que todo lo sabía, no pudiera entenderla, cuando le explicaba sus recuerdos, sus vivencias pasadas y sus dudas sobre cómo gestionar «eso» que no sabía encajar en su vida actual.
—Yo me ahogué, mamá —La sangre de Ángela cesó por un instante su recorrido vital cuando su hija se atrevió a romper el silencio. Tragó saliva sin pronunciar palabra y Arleth continuó vaciando su desasosiego, aún y sabiendo que su madre no entendía ni un ápice de su angustia—. Era yo, aunque no me llamaba como ahora. Tenía otro nombre que no recuerdo; pero sí sé que me ahogué. Cuando ya no podía estar más tiempo dentro de mi cuerpo, me convertí en una especie de humo que salió flotando hasta el borde de la piscina, desde donde me vi dentro del agua, sabiendo que ya nunca más podría volver a ser quien era.
Arleth estaba sentada en su cama arrugando las sábanas con fuerza al recrear la sensación de su muerte. Ángela se sentó en el suelo, junto a ella, para no desplomarse por la impresión.
Asimilando la barbaridad que su hija acababa de decir, buscó las mejores palabras para explicarle que eso no era posible:
—Es cierto que nunca te ha gustado bañarte. También es verdad que jamás has querido jugar en la piscina ni has consentido que te enseñemos a nadar. Tanto papá como yo hemos respetado tu decisión porque entendemos que cada persona es distinta y a ti puede crearte ansiedad sumergirte en tanta agua; pero no es necesario inventarte que has tenido una vida antes en la que te ahogaste para tener argumentos con los que negarte a bajar a la piscina. Si no quieres aprender a nadar, no pasa nada, Arleth.
—Tú no has sido siempre mi madre —contestó rotundamente—. Tú también has muerto, aunque aún no lo sepas o no lo entiendas, o puede que aún no te acuerdes. ¡Pero yo sí lo recuerdo! No me estoy inventando nada, mamá —el tono con el que Arleth contestó hizo trizas la imagen de inocencia que ostentaba la pequeña en el corazón de su madre.
Ángela se levantó disimulando el eco profundo de su grito interior y sofocando lágrimas de impotencia por escuchar a su hija hablar como si tuviera el peso de una vida tras sus hombros.
Arleth, aún sentada en la cama, cogió a su madre de la mano y la observó serena, intentando calmar el terremoto de emociones que sabía que había despertado.
—Echo de menos abrazar a la que era mi madre. No pude despedirme —Sus ojos color turquesa tenían un brillo distinto a la pena. Mostraban un hilo de rebeldía por no querer resignarse a la impotencia terrenal—. Por eso quería saber si podías llevarme hasta alguna puerta que conectase esta vida con la que tenía antes, y así decirle a mi anterior mamá que estoy bien, aunque ella no pueda verme. Me gustaría que supiera que ahora te tengo a ti, que me cuidas y me quieres igual que hacía ella. Querría explicarle que, cuando llegue el momento de dejar esta vida, esta vez tú sí podrás venir conmigo. Mi otra madre lloró mucho por no poder acompañarme…
Ángela miraba incrédula a su pequeña. Absorta en su delirio no escuchó llegar a su marido.
—¡Buenas tardes, amores! —dijo Luis tras colgar el abrigo—. ¿Estáis en casa?
—¡Papá! —Arleth saltó de la cama haciendo que su pelo, ondeado y color ceniza, quedase tras su cuerpo menudo que corría a los brazos de su padre.
Luis derrochaba besos hacia su pequeña mientras miraba de reojo la cara petrificada de su mujer.
—¿Va todo bien? —preguntó acariciando el brazo de su esposa.
Ángela no podía distinguir qué emoción le generaba ser conocedora de que podría morir junto a su hija. Un pedacito de su alma gritaba que debía ser un juego que su dulce niña se estaba inventando. Sin embargo, a través de una grieta en su conciencia se filtraba la posibilidad de que fuese cierto y se veía sin fuerza suficiente para afrontarlo. Tal vez si callaba y tragaba saliva, engulliría la verdad haciéndola desaparecer.
Mientras Luis miraba cómo se consumía su mujer en silencio, Arleth le dijo:
—¡Papá! Quiero que me prometas algo —Luis, a salvo de la tormenta de emociones que inundaba el corazón de Ángela, asintió sonriente a la petición de su hija mientras se fundía en el aroma inconfundible de su cuerpecito—. Tienes que hacerme caso.
—Lo prometo —asintió Luis con la cabeza poniendo una mano sobre el pecho en señal de compromiso—. Pero no vale pedir que te compre algo o que sume ningún adorno más en el jardín —acotó su padre animado mientras le despeinaba la larga melena.
—Será justamente lo contrario —puntualizó Arleth satisfecha dejando a su padre con la intriga—. La promesa consiste en que, llegado el momento, leas una nota secreta que guardaré en mi neceser de verano.
—Eso está hecho —contestó Luis sin saber que su hija había dejado su esquela escondida en la bolsa de ir a piscina.
Un par de meses después, el último día de colegio, Ángela tenía que llevar y recoger a Arleth en coche. Luis ya no trabajaba por las tardes, y esa mañana habían quedado en celebrar el inicio de las vacaciones dándose un chapuzón en la piscina.
—Papá, acuérdate de coger mi neceser que hoy es el día que te hice prometer que me harías caso.
—Sí, mi amor, esta tarde lo llevo.
Ángela apuró las gotas de café del desayuno y se despidió de Luis con un gesto rápido antes de salir hacia la escuela. Al unísono lanzaron un beso al aire que, sin saberlo, sería el último.
Arleth dejó el neceser en la puerta y abrazó a su padre con todas sus fuerzas. Algo dentro le decía que no volvería a verle y quiso despedirse de su héroe besándole el corazón.
—No olvides leer la nota antes de llegar a la piscina y… hazme caso.
Al estrenarse la tarde, Luis aún las esperaba. Se estaban retrasando y abrió el sobre con las palabras que le romperían el corazón:
«No nos pongas flores, papá. Seguimos aquí contigo. Dile al mundo que estamos aquí. Te querré eternamente. Arleth».
La voz de su pequeña retumbaba en su cabeza cuando recibió la llamada de la policía para darle la peor noticia del mundo.
Luis tuvo la certeza de que siempre dijo la verdad.

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Esperamos que dejéis aquí un mensaje para la autora, y que compartáis esta publicación, para que obtenga su merecido reconocimiento. Eternamente Arleth es un relato profundo, cándido, terrible al mismo tiempo, que consigue atraparte, intrigarte, y que desencadena de forma abrupta un estallido de pena y nostalgia, con un ritmo y un tono que son los del alma inocente de su protagonista, que domina la acción con la sencilla y a la vez soberana voz de su alma. Estamos seguros de que todos los lectores sentirán un estremecimiento ante las cuestiones que Arleth plantea, y ese anhelo de eternidad en el amor con el que el relato termina, y en el que la autora ha sabido «atrapar» al lector.
El I Premio Somnia de relato breve se creó con la intención y el fin de promover la literatura entre los autores más desconocidos, y la lectura en internet.
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Guau, ha conseguido estremecerme, me ha enganchado desde la primera palabra, suerte. Felicidades a la autora, ya estoy deseando seguir leyendo su próximo trabajo.
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Un relato que te absorbe desde la primera de sus palabras, un cóctel intenso de emociones y sensaciones, muy buenos ingredientes para trasladarlo a un corto de Amenabar…
Enhorabuena Rocío Llamas!!!
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Los llamados niños del milenio. Excelentes diálogos y muy bien llevada la trama. Enhorabuena por tan maravilloso relato y felicidades.
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Enhorabuena Ro!!!! gran relato!!! Felicidades!!!
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Conmovedor. Me ha impresionado mucho. Es duro, pero te hace plantear muchas preguntas sobre la muerte. Gracias por compartirlo con nosotros Rocío. Espero que sigas escribiendo muchos mas relatos tan intensos como este. Un saludo
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