Queridos somnianos:
Vuelve Ariana Lee, y lo hace con un texto sobre la caída de Facebook, Instagram y Whatsapp. ¿Os acordáis? A muchos les dio un síncope ese día. Ella… bueno, ella es Ariana Lee, y siempre tiene una visión diferente de las cosas. No te decepcionará.

<<¿Hola? ¿Hola? ¿Qué pasa que no me carga la aplicación? Voy a intentarlo con Messenger… pues tampoco.
LLamada.
-Hola, no te puedo responder, por lo visto han caído varias aplicaciones, solo puedo llamarte.
¿Cómo? Estoy en la puerta de casa, ¿qué hago? ¿Me voy o no? ¿Me arriesgo a salir en este estado? ¿Y si me escriben? ¿Y si no puedo publicar? Bueno, voy a echarle valor.
El sistema caído y yo en la calle. Nada más pisar la acera, tengo la horrible desgracia de cruzarme con mi vecina. Me mira y me saluda; es más, me pregunta cómo estoy. Le comento que bien, un poco extrañada y le pregunto qué tal está ella. Me cuenta un poco por encima su vida. Me fijo y tiene unos ojos azules bonitos en los que no me había fijado antes. Me despido.
Sigo caminando y me cruzo con otro vecino, otra desgracia. Su perrita viene súper feliz a saludarme y a pedirme caricias, él me saluda y me explica que está adoptada desde hace dos años, con problemas, pero que cada día va mejor. La perra es un amor. Miro mi móvil, todo sigue igual, sin conexión posible. Voy directamente a la farmacia, le pido la medicación que necesitaba y me pregunta cómo estoy. ¡Qué pesadez, por favor! Le digo que bien; ella me contesta que hoy me ve mejor cara, que me ve sin móvil y menos angustiada ¿¿What?? ¡Si no veo el momento en el que esto empiece a funcionar de nuevo…! Cojo mi medicina, le sonrío con la mirada y con la mascarilla. Me voy directa a la frutería, un negocio local al que entraré, compraré, pagaré y me iré. Vuelvo a mirar el móvil, nada, sin novedad en el frente.

Entro en la frutería, ellos me conocen, saben mi nombre, yo no sé el de ninguno de ellos. Me dan una bolsa para que elija lo que más me guste. Horrible situación. Pero si tengo la mano con el móvil ocupada. Ah no… que no hay línea. Me pongo a mirar las frutas, los colores y olores, voy seleccionando y se lo acerco a la caja. Me pregunta si me ponen también los zumos que mi madre les compra para mí. ¿Cómo? Me explica que ellos mismos los fabrican con productos ecológicos de su huerto, yo mientras acaricio el móvil que está dentro del bolsillo de mi sudadera. Presto atención, me interesa. Empiezo a investigar que hay más opciones aparte del zumo rosado de siempre. Me llevo uno verde y otro naranja. Le doy las gracias y me despiden por mi nombre.
Salgo de allí corriendo, deseando llegar a casa, a ver si con wifi la cosa funciona, si es un problema de mi compañía telefónica o datos, o no sé. Pues ¡qué casualidad!, me encuentro con la pesada de mi amiga Luisa, que insiste en tomarnos un café rápido en la cafetería de al lado y ponernos al día. Tiene problemas. Y yo también: estoy sin conexión.
Nos pedimos un café, me cuenta sobre su situación, la oigo, tengo educación, me pregunta sobre mí, le cuento y me comenta que podríamos vernos la semana siguiente y hablar con más calma, le digo que sí, pero que en ese momento tengo prisa.
Me voy a casa, esta vez, sí. Abro y mi perra se me avalanza, me come a lametones, no me deja ni soltar las bolsas. Me pongo a lanzarle pelotas y a jugar, el animal está feliz y me ha echado de menos en el rato en el que no he estado. Le doy chuches y seguimos jugando. Entro en casa y viene detrás de mí. Le pongo su comida. Hablo con ella, aunque está sorda, y le cuento mi horrible rato en la calle sin móvil, con la cabeza en alto, mirando árboles, ojos de personas, perros, niños, saludando, y no con la cabeza abajo mirando la pantalla de mi teléfono. Mientras, me voy bebiendo el zumo verde que he comprado. Exquisito, excelente recomendación. Mi perra me mira. Guardo el resto de cosas que he comprado. Pobre Luisa, vaya planazo de vida tiene…
Es la hora de comer y tengo bastante hambre, así que me preparo algo rápido y como. Mi perra me mira con cara de sueño. Me pide sofá juntitas. Le hago caso y nos echamos una siesta de esas de tener que volver y resucitar. Se levanta contenta y con ganas de calle. Nos vamos, vamos saludando a cada perrito que vemos, a cada dueño, bajamos a la playa, vemos el mar y corremos por la arena. ¡Qué bonito y qué bien me siento! Voy a hacer una foto. Espera, ¿dónde está el móvil?
¡¡Ostras, me lo he dejado en casa!! Bueno, no tenía conexiones, pero aun así, lo habría llevado… Sonrío y sigo disfrutando de la playa, suscribiendo cada una de las palabras que cientos de veces he leído por ahí, que los buenos momentos se viven, no se fotografían.
Si pienso bien, llevo unas seis horas sin tener en cuenta mi teléfono, seis horas en las que he hablado con mi vecina, saludado a mi amigo y su perrito, hablado con la farmacéutica, y he descubierto el placer de elegir mi fruta favorita y saber de dónde proviene. He disfrutado como loca de mi perra, la que me ladra como un niño pidiendo atención, cada vez que me ve enganchada a mi teléfono. Ellos saben…
He tenido un día horrible sin móvil ni redes sociales, sí; pero también un día horriblemente enriquecedor, en el que me he dado cuenta de las cosas que nos perdemos por estar permanentemente enganchados, una sonrisa, un “mejórate”, un “¿tomamos café?”; cosas que siempre hemos hecho, pero que ahora no son prioritarias. Desde ese día, solo utilizo el móvil para lo esencial, sobre todo, para saber de la gente que me preocupa, pero no para ocupar las horas muertas. Para eso ya está la vida>>.