Comienzo de la Eneida

Hoy os traigo, somnianos, un texto maravilloso, que no es para todos los lectores de hoy, y os invito a continuar la lectura con un ejemplar bien traducido de esta obra inmortal del romano Virgilio, que relata las peripecias de Eneas tras salir de Troya. Como regalo, podéis leer aquí los primeros versos.

¡Que lo disfrutéis!


«LIBRO I 

Canto las armas y a ese hombre que de las costas de Troya  

llegó el primero a Italia prófugo por el hado y a las playas  

lavinias, sacudido por mar y por tierra por la violencia 

de los dioses a causa de la ira obstinada de la cruel Juno, 

tras mucho sufrir también en la guerra, hasta que fundó la ciudad

y trajo sus dioses al Lacio; de ahí el pueblo latino 

y los padres albanos y de la alta Roma las murallas. 

Cuéntame, Musa, las causas; ofendido qué numen 

o dolida por qué la reina de los dioses a sufrir tantas penas 

empujó a un hombre de insigne piedad, a hacer frente

a tanta fatiga. ¿Tan grande es la ira del corazón de los dioses? 

Hubo una antigua ciudad que habitaron colonos de Tiro,  

Cartago, frente a Italia y lejos de las bocas 

del Tiber, rica en recursos yviolenta de afición a la guerra; 

de ella se dice que Juno la cuidó por encima de todas las tierras,

más incluso que a Samos. Aquí estuvieron sus armas, 

aquí su carro; que ella sea la reina de los pueblos, 

si los hados consienten, la diosa pretende e intenta. 

Pero había oído que venía una rama de la sangre troyana 

que un día habría de destruir las fortalezas tirias;

para ruina de Libia vendría un pueblo poderoso 

y orgulloso en la guerra; así lo hilaban las Parcas. 

Eso temiendo y recordando la hija de Saturno otra guerra  

que ante Troya emprendiera en favor de su Argos querida,  

que aún no habían salido de su corazón las causas del enojo

ni el agudo dolor; en el fondo de su alma 

clavado sigue el juicio de Paris y la ofensa de despreciar 

su belleza y el odiado pueblo y los honores a Ganimedes raptado. 

Más y más encendida por todo esto, agitaba a los de Troya

por todo el mar, resto de los dánaos y del cruel Aquiles,

y los retenía lejos del Lacio. Sacudidos por los hados  

vagaban ya muchos años dando vueltas a todos los mares.  

Empresa tan grande era fundar el pueblo de Roma. 

Apenas daban velas, alegres, a la mar alejándose de las tierras  

de Sicilia y surcaban con sus quillas la espuma de sal

cuando Juno, que guarda en su pecho una herida ya eterna,  

pensó: «¿Desistiré, vencida, de mi intento 

y no podré mantener apartado de Italia al rey de los teucros?  

En verdad se me enfrentan los hados. ¿No pudo quemar Palas  

la flota de los griegos y hundirlos a ellos mismos en el mar,

por la culpa y la locura de uno solo, de Áyax Oileo? 

Ella fue quien lanzó de las nubes el rápido fuego de Jove  

y dispersó las naves y dio la vuelta al mar con los vientos;  

y a él mientras moría con el pecho atravesado de llamas  

se lo llevó en un remolino y lo clavó en escollo puntiagudo.

Y yo, reina que soy de los dioses y de Júpiter 

hermana y esposa, contra un solo pueblo tantos años ya  

hago la guerra. ¿Acaso alguien querrá adorar 

el numen de Juno o suplicante rendirá honor a sus altares?»  

En su pecho encendido estas cuitas agitando la diosa

a la patria llegó de los nimbos, lugares preñados de Austros furiosos, a Eolia.

Aquí en vasta caverna el rey Éolo 

sujeta con su mando a los vientos que luchan y a las tempestades

sonoras y los frena con cadenas y cárcel. 

Ellos enfurecidos hacen sonar su encierro del monte

con gran ruido; Éolo se sienta en lo alto de su fortaleza  

empuñando su cetro y suaviza los ánimos y atempera su enojo.

Si así no hiciera, en su arrebato se llevarían los mares sin duda  

y las tierras y el cielo profundo y los arrastrarían por los aires.  

Pero el padre todopoderoso los escondió en negros antros,

eso temiendo, y la mole de un monte elevado 

puso encima y les dio un rey que con criterio cierto  

supiera sujetar o aflojar sus riendas según se le ordenase.  

Y a él entonces Juno se dirigió suplicante con estas palabras: 

«Éolo (pues a ti el padre de los dioses y rey de los hombres

te confió calmar las olas y alzarlas con el viento), 

un pueblo enemigo mío navega ahora por el mar Tirreno,  

y se lleva a Italia Ilión y los Penates vencidos. 

Insufla fuerza a tus vientos y cae sobre sus naves, húndelas, 

o haz que se enfrenten y arroja sus cuerpos al mar.

Tengo catorce Ninfas de hermoso cuerpo, 

de las que Deyopea es quien tiene más bonita figura;  

la uniré a ti en matrimonio estable y haré que sea tuya,  

para que por tus méritos pase todos los años 

contigo y te haga padre de hermosa descendencia.»

A lo que Éolo repuso: «Cosa tuya, oh reina, saber 

lo que deseas; a mí aceptar tus órdenes me corresponde. 

Tú pones en mis manos este reino y me ganas el cetro y a Jove,

tú me concedes asistir a los banquetes de los dioses 

y me haces señor de los nimbos y las tempestades.»

Luego que dijo estas cosas, golpeó con su lanza el costado 

del hueco monte y los vientos, como ejército en formación de combate,

por donde se les abren las puertas se lanzan y soplan las tierras con su torbellino. 

Cayeron sobre el mar y lo revuelven desde lo más hondo, 

a una el Euro y el Noto y el Ábrego lleno

de tempestades, y lanzan vastas olas a las playas. 

Se oye a la vez el grito de los hombres y el crujir de las jarcias;  

las nubes ocultan de pronto el cielo y el día 

de los ojos de los teucros, una negra noche se acuesta sobre el ponto,

tronaron los polos y el éter reluce con frecuentes relámpagos  

y todo se conjura para llevar la muerte a los hombres. 

Se aflojan de pronto de frío las fuerzas de Eneas,  

gime y lanzando hacia el cielo ambas palmas 

dice: «Tres veces y cuatro veces, ay, bienaventurados 

cuantos hallaron la muerte bajo las altas murallas de Troya,

a la vista de sus padres. ¡Oh, el más valiente de los dánaos,  

Tidida! ¡Y no haber podido yo caer de Ilión en los campos 

a tus manos y que hubieras librado con tu diestra esta alma mía  

donde fue abatido el fiero Héctor por la lanza del Eácida,

donde el gran Sarpedón, donde el Simunte arrastra 

en sus aguas tanto yelmo y escudo, y tantos cuerpos esforzados!»

Cuando así se quejaba un estridente golpe del Aquilón 

sacude de frente la vela y lanza las olas a las estrellas.  

Se quiebran los remos, se vuelve la proa y ofrece 

el costado a las olas, viene después enorme un montón de agua;

unos quedan suspendidos en lo alto de la ola; a estos otros se les abre el mar

y les deja ver la tierra entre las olas en agitado remolino de arena.

A tres las coge y las lanza el Noto contra escollos ocultos 

(a esos escollos que asoman en medio del mar los llaman los ítalos Aras,

enorme espina de la superficie del agua), a tres el Euro las arrastra

de alta mar a los bajíos y a las Sirtes, triste espectáculo, 

y las encalla en los vados y las cerca de un banco de arena.  

A una que llevaba a los licios y al leal Orontes, 

ante sus propios ojos la golpea en la popa una ola gigante  

cayendo de lo alto: la sacudida arrastra de cabeza

al piloto, rodando; a aquélla tres veces la hace girar 

la tromba en su sitio antes de que la trague veloz torbellino.  

Desperdigados aparecen algunos nadando en la amplia boca,  

las armas de los hombres, los tablones y el tesoro troyano entre las olas.

Ya la nave poderosa de Ilioneo, ya la del fuerte Acates

y la que lleva a Abante y la de Aletes el anciano 

la tempestad las vence; por las maderas sueltas de los flancos  

reciben todas el agua enemiga y se abren en rendijas.  

Entretanto Neptuno advirtió por el ruido tan grande que el mar se agitaba,

se desataba la tormenta y el agua volvía de los profundos abismos

y, gravemente afectado, miró desde lo alto 

sacando su plácida cabeza por encima del agua. 

Ve por todo el mar la flota deshecha de Eneas, 

y a los troyanos atrapados por las olas y la ruina del cielo;  

y no se le escaparon al hermano las trampas y la ira de Juno.  

Así que llama ante él al Céfiro y al Euro, y así les dice:

«¿A tanto ha llegado el orgullo de la raza vuestra? 

¿Ya revolvéis el cielo y la tierra sin mi numen, vientos,  

y os atrevéis a levantar moles tan grandes? 

Os voy a… Pero, antes conviene volver a componer las olas agitadas.

Más adelante pagaréis con pena bien distinta vuestro atrevimiento.

Marchaos ya de aquí y decid esto a vuestro rey: 

el gobierno del mar y el cruel tridente no a él, 

sino a mí, los confió la suerte. Se ocupa él de las rocas enormes, 

Euro, vuestras moradas; que se jacte en aquella residencia

Éolo y reine en la cerrada cárcel de los vientos.»

Publicado por Somnia

Blog literario y magazine cultural

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