Los libros y lectores que detesto

Queridos somnianos:

Hoy voy a exponeros qué es lo que no me gusta del mundo editorial, empezando por cuáles son los libros que desprecio y qué tipos de lectores me ponen de los nervios. Si alguno se siente aludido, no lo siento, porque seguramente antes me han aludido a mí. Piense cada uno por qué se siente así, como yo he pensado antes por qué me atacaban injustamente. Pero tranquilos, este artículo no es para pasar facturas a nadie.

Libros que detesto

Yo no soy especialmente exquisito cuando se trata de darle un primer vistazo a un libro. De hecho, tengo en mi biblioteca muchos libros que no he leído y que compré en una oportunidad, en un paseo por una feria, en un mercadillo… para leer cuando la enfermedad me postre o la ancianidad me llegue, y que por su portada o su título podrían no llamarme la atención. Pero les acojo en mi intimidad. Incluso he leído muchos manuscritos de compañeros escritores, unos más avezados, otros menos, y nunca he rechazado un texto por su primera apariencia o su temática.

Sin embargo, cuando empiezo a leer…

Detesto los libros que te ofrecen solo fuegos artificiales. Imaginaos: primer capítulo, seguimos a una chiquilla que se pasea por un lóbrego pasillo, es una abadía antigua, hace frío y hay niebla; la jovencita, a la sazón una novicia, mira por el ojo de una cerradura y ve al obispo y a una monja practicando el acto amatorio. Así, la primera en la frente. A lo loco. Pero lo mejor es que esto no tiene nada que ver con la trama fundamental de la novela. Es solo un truco barato para que el lector se enganche. No volvemos a saber nada más esencial de esta relación prohibida. Y la novicia, por supuesto, termina con la mano entre las piernas. Porque sí. Porque el básico guion porno ha llegado también a la literatura de masas.

Detesto los libros que están escritos como si fueran crónicas. Entiéndase: la literatura no es lo mismo que la mera relación de hechos, como la que puede hacer el cronista de un parlamento o de un reino, o la crónica de sucesos de un periódico. Esto no es literatura. Al menos, no es la literatura que a mí me gusta. El estilo de un libro debe ser cuidado, incluso en sus menores detalles. No me molestan los libros que se leen a sorbitos, tampoco los que son tan intensos y están tan mimados y tan bien esculpidos que cada párrafo es un reto. Lo que detesto son aquellos que parecen escritos por alumnos de primero de primaria y que reflejan el lenguaje coloquial, sin esforzarse lo más mínimo por sorprenderme por la forma misma de las palabras, y no solo por el sentido general de la historia. Cambio todo un libro de mil páginas escritas a toda prisa, por un «¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!», o por un «Ser o no ser, esa es la cuestión». ¿Es que no entendéis que escribir no es mero ejercicio maquinal? Es un arte. Entonces, ¿por qué leer debe ser como mear, que uno lo quiere hacer deprisa y en la mayor cantidad posible?

Detesto los libros que contienen faltas ortográficas y un lenguaje vulgar. Entiéndase bien: todos fallamos alguna vez, y sobre todo el que esto escribe. Pero igual que antes de jugar al fútbol hay que aprender a correr, antes de escribir y publicar un libro hay que dominar el lenguaje y, por supuesto, sus reglas. No censuro al que se equivoca, sino al que es un ignorante de tomo y lomo. Y esto, amigos míos, es habitual, porque la literatura se ha casualizado y se ha vulgarizado, por desgracia. Hoy cualquiera puede escribir un libro, mal que bien, y autopublicarlo, y cualquiera puede leerlo. Esto es un gran avance en términos de comunicación global, pero abre la puerta a obras literarias que no merecen tal nombre. Con la excusa de una mayor y mejor comunicación entre individuos, y de permitir a todos llevar a cabo sus proyectos mediante medios técnicos cada vez mejores y más completos, se ha permitido que la literatura misma sea pisoteada impunemente, poniéndose su apellido, otrora insigne y noble, a vástagos infames y zafios.

Detesto los libros que venden como cierto lo que es solo ficticio. He aquí otro de esos signos de los tiempos de los que hablábamos un día por estos lares. Se ha hecho muy popular en la literatura de masas que haya libros que pasan por testimonios ciertos de hechos pasados, y que muestren una peculiar y burda pretensión de veracidad, cuando no son más que imaginadas (y normalmente sectarias) historias de ficción. Todos sabemos de qué hablo. Es que no puedo. No los trago. Se me hacen bola, como dicen los niños. Es una repulsión superior a mis fuerzas. Puedo leer y disfrutar una obra de fantasía que solo pretenda ser eso, fantasía, pero cuando intentan hacerme comulgar con libros, por ejemplo, de novela histórica, en los que claramente se me está vendiendo entre líneas el mensaje de que se trata de una verdad incontestable, aunque puede que «no oficial», entonces el libro va al rincón de pensar, del que no saldrá, probablemente, hasta que necesite calentarme y no tenga leña para la estufa. No se juega con el lector. Y si se juega, se le dice que acepte el reto de jugar. Para pasar por lo que no se es y, aun así, gustar, hace falta mucha inteligencia y mucha destreza escribiendo; y, se pongan como se pongan, los autores de esos libros no son tan listos ni tan diestros. Y sus lectores tampoco.

Por último, detesto los libros escritos por manos ajenas en los que figuran autores famosos. Es decir, los típicos libros que llevan un autor en su portada, pero todos sabemos que los han redactado escritores «fantasma». Mal de muchos personajes famosos, me temo. Estaría dispuesto a aceptar el caso en que un periodista o escritor entrevistara a un personaje, y fruto de esa entrevista fuera un libro, y en el libro se indicara la procedencia del texto. Pero no soporto esos libros que tienen a todo color una foto de un famoso y que quieren hacernos creer que él no lo ha escrito, cuando todos sabemos que no saben ni decir buenos días en público sin cometer una falta, o juntar dos oraciones sin soltar un taco. Me ponen enfermo. Abusan de escritores en situación de dificultad, que aceptan escribir esos abyectos libros por montantes irrisorios, y luego se los apropian. Es como si un rico quisiera que le atribuyeran la autoría del diseño de la Torre Eiffel, por ejemplo. O si un famoso quisiera que todo el mundo pensara que él compuso Bohemian Rapsody, de Queen. Es ridículo. Es tomar al lector por tonto, y lo peor es que el lector se deja tratar como un tonto. Así nos va.

Lectores que detesto

Pasamos ahora a la sangre de verdad, y nos dejamos de kétchup y tomate frito. Los lectores, ¡ay los lectores!

Detesto a los lectores que empiezan diciendo «Yo es que he leído mucho» (sic), mostrando que habrán leído mucho, pero que no les ha calado. Seguidamente pasan a tirar tu trabajo por el suelo o, peor aún, a darte consejos. Uno hubo incluso que se atrevió a decirme que el género (del libro, se entiende) estaba pasado de moda. ¿Cómo? ¿Pasada de moda la fantasía? Supongo que no cuenta Canción de Hielo y Fuego, o Harry Potter, o Nacidos de la bruma, o La rueda del tiempo, o The Witcher, o Dune… No, esos son libros de matemáticas, amigo mío. Este lector no se enteraba de nada, pero impartía lecciones. Y yo que le felicito: es difícil demostrar tanta estupidez en menos palabras. Ya ha descollado en algo en la vida.

Detesto a los lectores que empiezan a hablarte de otros autores cuando hablan contigo. ¡Oiga, señor mío, que me importa una mierda si usted leyó a No Sé Quién, o a No Sé Cuántos! Usted ha venido a conocer mi obra, o al menos eso dice. Hágame al menos el favor de fingir que le interesa. Ni yo soy aquel autor que a usted le parece genial, ni pretendo serlo. Quiero gustarle por mí mismo. Pero usted parece interesado en creerse que está hablando con aquel, no conmigo. Y esto es muy feo. Imagínese que usted que se echa una novia, y que empieza a decirle que se parece a las otras diez novias que ha tenido antes… ¿qué pensaría ella? En fin, no hace falta mucha imaginación para adivinar que le dejará plantado. Pues aplíquese usted el cuento conmigo.

Detesto a los lectores que quieren que les regales el libro, pero que no están dispuestos a rascarse el bolsillo por unos euros de mierda. Ahora bien, si se trata de tomar cervezas, de gastárselo en ropa, o de comer palomitas y hamburguesas, entonces sí. Para la lectura, nada. Para los vicios, todo. ¡Venga ya, coño! Que un libro es un amigo de por vida, que te da muchísimo más que cualquier otra cosa que puedas comprar, y no te pide nada. ¿Qué son diez euros? ¿Qué son cinco euros? Aunque valiera veinte euros, ¿qué son al lado de tantas mierdas en las que nos gastamos el dinero sin que nos duela? ¿De verdad que el trabajo y el arte de un escritor no valen nada, no merecen la pena, antes que muchas otras cosas estúpidas, incluso malsanas, a las que dedicamos nuestros recursos? Pues yo digo algo: ¡estoy harto de regalar libros! Mi arte lo vale. Puede que no sea Tolstoi ni Cervantes, pero no soy un imbécil y no pienso regalar lo que tanto esfuerzo me ha costado. Quien lo quiera, que lo pague.

Detesto a los lectores que son incapaces de entender lo que estás tratando de comunicar, y que se quedan en lo superficial, lo accesorio, incluso lo puramente anecdótico. Al menos estos leen tu libro, pero luego te das cuenta de que lo han tratado como una cosa más, como una serie de televisión, o una película, que si no enganchan se detienen y ya está. No han rascado la piel. No han penetrado en la fuerza de las palabras, en las ideas profundas, no se han dejado llevar por la corriente profunda. Solo querían mojarse la punta del dedo gordo del pie. Ya están satisfechos. No les parece interesante, no les atrapa, no tienen tiempo, es demasiado complicado para ellos, hay demasiados nombres… tienen excusas para todo. Y las excusas siempre llevan al mismo sitio: el libro abandonado en un estante o en una mesa. Pero los libros no son como los cuadros de angelitos, que se compran para decorar casas abandonadas. Los libros no son solo objetos que se venden y se compran. Son realidades profundas. Son cavernas que explorar. Son océanos en los que zambullirse. Yo como escritor no solo pretendo que el lector compre mi obra, sino que quiero sobre todo que la comprenda y la ame, que se entusiasme lo mismo que yo me entusiasmé al escribirla. Si no es así, no vale la pena que la compre.


¿Y qué mas puedo deciros?

Yo creo que por hoy ya es suficiente.

Si alguno se ha sentido molesto, que me perdone, no era mi intención. Pero quiero que entendáis que detrás de las portadas y de los títulos hay seres humanos con sentimientos, a veces mucho más sensibles que los demás, porque es la sensibilidad especial lo que en la mayoría de las ocasiones conduce a una persona a expresarse mediante la escritura. Y que, sin caer en la adulación, sería bueno que los lectores fueran tan benevolentes y amigables con los escritores como lo son consigo mismos, porque cuando uno descubre su alma en un libro, y pone todo su cuerpo y su espíritu en escribirlo, se desarma voluntariamente, y entonces los dardos penetras más adentro y las críticas hacen mucho más daño.

Ahora bien, no se me entienda mal. No quiero halagos ni loas para mí. Si acaso, las pido para mis compañeros y amigos escritores. Yo ya tengo callo. Me conformo con el desprecio. Eso también me vale. Como dijo alguien, lo importante es que hablen de uno.

Publicado por Somnia

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