
Queridos somnianos:
Aquí os dejo un fragmento de Canción Eterna, novela de fantasía épica publicada en marzo de 2020, como sabéis, y que el año pasado tuve la suerte de presentar en las Ferias del Libro de Madrid, Vallecas, Toledo y otras. La podéis encontrar en Amazon. Espero que os guste.
<<- ¿Y qué me darás a cambio de Somnia (pues es Somnia lo que deseas en tu corazón)?
Arn sabía lo que tenía que decir. No lo había consultado con nadie, ni siquiera con su esposa. Pero lo había meditado largamente y tenía una respuesta preparada. Algo que su interlocutor quizás podría aceptar.
– Ofrezco a Ároc. Ofrezco Albia. Ofrezco a Roderik. Lo que he de conquistar, todo lo pondré en tus manos.
Se hizo el silencio. Las antorchas se apagaron con un viento helado venido de algún lugar recóndito de la tierra a través de grietas inapreciables. La caverna quedó en una oscuridad completa, salvo por un tenue resplandor blanco que rodeaba a la maléfica figura. Entonces la risa del dios se oyó de nuevo, pavorosa. Y en medio de los estertores de las carcajadas, replicó:
– Me gusta tu petición. Que se haga lo que dices. Pero he de ponerte una primera condición: me dejarás ir contigo a la guerra.
Arn dudó, estupefacto. Sin embargo, se oyó a sí mismo decir:
– ¡Oh Dios de la Noche y de la Muerte, sírvete de mi cuerpo, mi mente y mis palabras para extender tu señorío! Tan sólo permíteme que arrase Albia hasta sus cimientos y mate con mis propias manos al rey Roderik.
– Sin embargo… tendrás que reconocer que pides mucho para tan poca ofrenda. Pues no me engañarás: prometes algo que no tienes y que yo mismo he de concederte. Pero no te alarmes. Aún puedes lograr mi favor: añade a tu súplica la vida de tu hijita de seis meses y la de tu mujer. Y yo a cambio te daré lo que pides y acaso la inmortalidad, si puedo poner la cabeza de Ároc en una pica.
Horrorizado ante lo que había escuchado, Arn estuvo a punto de levantarse y correr. Pero sabía que no podría. Sabía que no había llegado tan lejos para renunciar a su venganza. Sabía que, si ahora se negaba, el dios sabría tomarse su ofrenda por su cuenta. En aquel lugar, en aquel momento, estaba a su merced. No podía escapar. Había puesto su cabeza ante el hacha del verdugo y nada ni nadie podría salvarle del peligro. Tenía que ceder. Su esposa, la quería pero… podía buscarse a otra. Mas su hija… Su hijita… El alma se le vino a los pies. Su hijita preciosa y rosada, la alegría de sus muchos años… Estuvo a punto de vomitar. Una lágrima cayó en silencio de su ojo derecho y recorrió su mejilla, quemándole como un rayo que penetrara su piel en castigo a sus pecados. Pero la lágrima se evaporó.
El monstruo puso una mano enguantada en el hombro del rey, que permanecía arrodillado, abrumado por el miedo, las dudas y el odio. El peso de un océano pareció venírsele encima. Sueños de gloria, riquezas y sangre surgieron en su mente. La venganza cumplida. El enemigo vencido, aplastado, destruido por completo. ¡Poder absoluto…!
Arn cedió ante las visiones.
El dios no necesitó que Arn hablara. Lo supo. Con un gesto de su cabeza indicó al sacerdote que avisara a sus acólitos. En la oscuridad más impenetrable, el sacerdote lo vio y salió a paso vivo de la cámara.
– Tengo hambre -musitó el dios.
Entonces, cuando Arn levantó los ojos, estaba solo. Y sus hombres estaban muertos. Su sangre le bañaba las rodillas, manchándole los pantalones.>>