He leído en ocasiones que tal o cual filósofo, o tal o cual filosofía, era mejor o más avanzada que alguna otra, y no he sabido en esos casos si estaba ante un juicio objetivo o ante una declaración de intenciones (y de afinidades). Me resulta terrible que se hagan clasificaciones de filósofos mejores y peores, como si se tratase en esto de la busca de la verdad de una magna carrera con artefactos más o menos evolucionados. Descartes pensaría así, y diría quizá que el pensador navega a bordo de su método. Yo, en cambio, no concibo que nadie navegue a bordo de algo tan etéreo. La verdad, de ser algo, no será el resultado de una operación matemática. De esto estoy cada día más seguro (si es que existe la seguridad en la filosofía). De todos modos, no me resigno a una tolerancia ciega. Es necesario discernir, discriminar el error, adivinar el mejor camino. Y me parece al respecto que existe un criterio más o menos objetivo y fácil de aplicar que nos permitirá dar mayor credibilidad a unos y cerrar nuestros oídos a otros: la filosofía surge con el deseo de saber más, cada vez más; pues bien, el saber se desarrolla en fases, la primera de las cuales es formular una pregunta clara y concreta. Por ejemplo, ¿qué es el hombre? ¿Es un animal o algo diferente? ¿Qué es un animal? Y así sucesivamente. Pues bien, será filosofía más trabajada y perfeccionada aquella que responda coherente y (al menos) verosímilmente a la mayor cantidad de preguntas posible.
Se dirá que esto ya es filosofía, y que como tal debe aplicársele (para comprobar su propia coherencia) el criterio que he postulado. Pues bien, hágase. Puede que no salga victoriosa, pero no importa: esto no es más que disparos en la oscuridad. Para otros queda la tarea de iluminar permanentemente esa oscuridad.