Cuando el mentor es tu propio enemigo

Joseph Campbell elaboró una cuidada teoría que llamó «Monomito» y que pretende definir el modelo básico de muchos relatos épicos de todo el mundo. Una especie de patrón o estructura básica que compartirían, en mayor o menor medida, los relatos epopéyicos, legendarios, míticos y épicos de todas las culturas y religiones, de todas las épocas y todos los autores.

Dicho Monomito está compuesto por una serie de etapas o fases, por lo que el Monomito se ha denominado también Periplo o Camino del Héroe, pues al tratarse de un relato centrado en la figura de un personaje que lleva a cabo grandes gestas, se convierte en una historia heroica, destinada a contar cómo se salvó la humanidad o tal o cual ciudad o reino, o quizás a ejemplarizar a los hombres sobre las virtudes más elevadas, o simplemente a glorificar a un tipo concreto de ser humano.

En este periplo del héroe, resulta fundamental en los primeros momentos la figura del «mentor» o la ayuda sobrenatural o poderosa. De alguna forma, la llamada a la acción (pues el héroe suele ser alguien desconocido, oscuro, a veces insignificante, no tanto por su origen, sino por la situación de partida en que lo conocemos) y el empuje necesario para buscar «su destino» suelen venir de un personaje poderoso, una ayuda a veces simplemente más sabia, otras veces sobrenatural, que constituye un verdadero mentor, un tutor que presentará al héroe una ayuda imprescindible, o le enseñará cómo enfrentarse con el mal, o le dotará de poderes o capacidades que le serán imprescindibles. Sin este mentor, el héroe seguirá siendo un ser indistinguible de los demás, incluso a veces ni siquiera recibirá su «llamada» (del mismo modo que, sin Gandalf, Bilbo jamás habría salido de Bolsón Cerrado).

Yoda fue el mentor de Luke Skywalker, aunque quizás también podría calificarse como tal a Obi Wan Kenobi (saga Star Wars). Merlín fue el mentor de Arturo. Dumbledore fue el mentor de Harry Potter. Jonathan Clarke, su padre adoptivo, fue el mentor de Superman. Hay miles de historias así.

Pero ¿qué pasa cuando el mentor, el tutor que pone al hombre normal en posesión de poderes grandiosos y que le da una nueva visión de la realidad, el que consigue elevarlo desde el mundo de lo conocido hasta lo desconocido, el que lo engrandece hasta convertirlo en una figura ciclópea, capaz de actos gloriosos o terribles, no es otro que su propio enemigo? Porque sí, amigos míos, el enemigo es otro de los elementos fundamentales del relato heroico. Por eso había que trastocarlo todo. Era necesario hacernos con un héroe que no cruzara el umbral de lo extraordinario en busca de su destino, sino que tuviera, más bien, que librarse de él, para lo cual tuviese que dar un paso más; que hubiera sido creado contra su propia voluntad con un fin pavoroso, y que solo a base de sacrificio, de conocimiento y de humildad, hubiera llegado a la convicción de que no era un héroe, sino un monstruo, y que aquel que consideraba su padre y señor, aquel que lo había dotado de todo cuanto un hombre puede desear, que lo había puesto todo bajo sus pies, no era sino un demonio innombrable que lo usaba para sus perversos fines.

El mentor como enemigo. Sin reconciliación posible. La única salvación es la muerte. No solo la del mentor, sino la del héroe, porque mientras el héroe viva, el mal seguirá habitando su interior. La única cuestión es quién morirá antes, y si la muerte del héroe podrá detener los terribles designios de su creador.

Esto es lo que he pretendido hacer en Canción Eterna. Y seguirá desarrollándose en Balada Oscura.

Publicado por Somnia

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