Reflexiones de un joven filósofo (Impluvia III)

¿QUÉ MUNDO QUIERES? LUCHA POR ÉL. NO HAY PASADO. SOLO FUTURO.

Aquiles y Patroclo

Miramos otras épocas, otros pueblos, y parecen que toman atractivos colores tras los siglos que han pasado. Pero son alucinaciones. Es verdad que los hombres cambian, que pueden ser mejores o peores. Pero el hombre siempre será hombre, y el hombre es imperfecto, mientras exista, por los siglos de los siglos. Nunca han existido edades doradas, cielos en la tierra. La única edad dorada es la presente, pues sólo ésta nos ha sido dado vivir, pues sólo ésta nos ha sido otorgada, enviada, encomendada, como tarea, como misión que realizar lo más perfectamente que podamos.

La edad de oro

La cuestión es, ¿qué mundo queremos? ¿Por qué mundo estamos dispuestos a luchar, a dar la vida? ¿No es precisamente ésta la pregunta sobre el sentido de la vida, al menos de la vida en esta tierra?

Entrevista a Laura González, autora de «Memorias de una leona».

Hoy tengo la suerte de contar con una nueva autora en mi blog. Acaba de publicar una novela titulada «Memorias de una leona», con Editorial Célebre. Veamos qué sensaciones tiene y qué nos cuenta.

Memorias de una leona
  • Acabas de publicar tu primera novela, “Memorias de una leona”. ¿De qué trata?

Pues es una novela dura y sincera, que bien podría ser la de cualquier amiga, vecina, podría ser cualquiera, que detrás de un montaje de vida ´´común´´ decide ocultarse por miedo a ser discriminada, que desconoce el camino para salir de su infierno particular; no es una obra de personajes, ni una novela costumbrista, es una novela visceral que nos coloca en la piel de Ana, que por distintas cuestiones desconoce su poder real, hasta que la vida la pone a prueba. Busco de algún modo cambiar los puntos de vista, que el lector se meta en su piel para que de algún modo se entienda que todos somos diferentes, que nadie reacciona igual ante una misma circunstancia, que hay veces que se nos pone al límite, o nos encontramos en un laberinto donde no vemos la salida, y actuamos sin pensar, cometemos errores, locuras, no pensamos en las consecuencias que vendrán detrás o las huellas que ello puede dejarnos a nosotros mismos, y no por ello merecemos ser juzgados, porque no somos ni nuestros errores ni nuestras locuras, ni nuestro pasado; que, pese a haber aprendido de ello, somos mucho más que eso, somos almas que desgraciadamente vivimos atrapadas en una sociedad de mierda, que cada día nos impone formas, normas y nos obliga a vivir bajo sus apariencias. Es una novela intensa, llena de esperanzas, donde intento que el lector se vea reflejado en cada página. Diría que sobre todo es una novela para todas aquellas personas que, pese a estar rotas, siguen buscando la luz.

  • ¿Cuándo la publicaste? ¿Con qué editorial?

2015. Con Punto Rojo.

  • ¿Cuándo tienes pensado hacer la presentación oficial?

La presentación será el día 27 de junio en la Casa de Cultura de Benavente (Zamora). Además, puede que haga otra presentación en agosto, y también tenemos reservada una caseta en la feria del libro de Benavente. Os iré informando, colgare en mis redes sociales este evento y todos los eventos próximos que haga.

  • ¿Cómo ha sido tu primera experiencia como novelista? ¿Con qué te quedas y qué es lo peor que te has encontrado? ¿Repetirás?

Por ahora tengo poca experiencia para opinar, pero de momento encantada, es un sueño. ¿Lo mejor? Me quedo con el cariño de la gente, los mensajes que me mandan, el apoyo que te muestran sin conocerte. ¿Y lo peor? Haber publicado con Punto rojo, la discriminación que te muestra esta editorial, que trasformaron mi libro en lo que ellos quisieron, pero bueno dejemos eso atrás, por suerte hoy estoy con una gran editorial que se preocupa de sus autores, y repetiría con ellos, claro que sí.

  • También tienes una página de Facebook donde se puede leer el primer capítulo. ¿Cómo se llama? ¿Interactúas mucho con los lectores? ¿Crees que las redes sociales son importantes para un escritor?

La página se llama como mi libro, Memorias de una Leona. La verdad es que me mandan muchos mensajes de cariño, de apoyo, y esto ayuda mucho, me gusta estar en contacto con ellos, me suelen pedir escritos que se identifiquen con sus vidas, alguno para poder dedicar, está muy bien, creo que las redes sociales son muy importantes para cualquier escritor, ayuda a que te conozcan, te lean y que tú puedas conocerlos a ellos.

Laura González
  • ¿A qué público piensas que le interesará más?

Pues no sabría contestar a esta pregunta, aunque posiblemente pueda interesarle a cualquier madre soltera que se esfuerza cada día por dar su mejor versión y se enfrenta a todo por sacar a delante a sus hijos; pero perfectamente podía ser dirigida a cualquier adulto, ya que se podría poner en la piel de otra persona y así entendería más el papel que estas mujeres tienen.

  • Ana es la protagonista de tu novela. ¿Qué destacarías de ella y qué tiene de ti misma?

Es una mujer fuerte y luchadora capaz de hacer lo que sea para salir adelante y no perder la fe de encontrar una persona con la que compartir su vida, destacaría de ella su fortaleza y esa fe que tiene, que pese a todo no pierde la esperanza.

¿De mí misma? Supongo que su misma fortaleza, aunque yo no elegiría su mismo camino, yo no comparto su opinión del amor, yo creo que el único amor real que existe ya lo tenía, que era el de sus hijos, es con ellos con quien tiene que compartir su vida, no buscar imposibles…

  • ¿Cuánto tiene de autobiográfico?

Pues muy poco la verdad, aunque hay algunos capítulos que tenemos parecidos, el resto es solo de ella.

  • Sobre el mundo editorial, ¿cuál es tu opinión? ¿Lo mejor y lo peor?

Supongo que habrá de todo, que hay editoriales que te prometen la luna y luego te hacen el vacío, y editoriales que sí se preocupan. Como ya comenté antes, no tengo mucha experiencia para opinar, lo peor ya lo nombré en una pregunta anterior, y como es pasado mejor dejarlo atrás; y lo mejor lo estoy viviendo ahora.

  • ¿Crees que se da promoción suficiente a los autores por parte de las autoridades? ¿Qué piensas sobre la situación de la cultura en tu ciudad o en tu comunidad?

Celebre sí que da promoción suficiente. ¿La situación de la cultura aquí donde vivo? Pues muy bien no está, porque pese a que hay sitios, se hacen muy pocas presentaciones, se ve poco de esto.

  • ¿Habrá segunda parte de Memorias de una leona?

¡Si claro! De hecho, estoy trabajando en ella. Mi intención siempre fue hacerlo en tres partes.

  • Di lo que quieras para terminar. Déjanos tu mensaje. ¿Por qué debemos leer Memorias de una leona?

Creo que es una novela que no va a dejar a nadie indiferente, una historia real, donde pretendo arrojar una pequeña dosis de luz en medio de tanta oscuridad, abrir una pequeña ventana de esperanza, una forma de ver y demostrar que se puede salir de una mala relación, derrotado, y aun así seguir creyendo en el amor, seguir soñando, esperanzado de que todo llegará, que nos lo hemos ganado. Que en la vida todo pasa, que lo mejor siempre estará por llegar y que se puede lograr todo aquello en que se cree, que nunca hay que perder la fe, estés pasando por lo que estés pasando, siempre hay algo mejor esperándote al final de tu laberinto…

Comentario: «La máquina del tiempo», de H. G. Wells.

Ya me terminé «La máquina del tiempo», de Wells. Aquí os traigo brevemente mi comentario personal. Como siempre digo, no busquéis una clase, sino un comentario de amigo. Que no tengo la razón es todo es evidente, no os esforcéis por demostrarlo. Solo leedlo y disfrutadlo.

Día 8 de junio de 2019, sábado por la tarde, 16:45 horas. Acabo de terminarme la lectura completa, incluyendo Epílogo, de este clásico de la ciencia-ficción que es «La máquina del tiempo», de H. G. Wells. Me ha costado más tiempo que sus 138 páginas, en edición barata del diario El País, del año 2004, parecen exigir. Fue un regalo de un amigo. Y yo tenía ganas de leerlo, porque es un clásico del género, y me habían hablado muy bien de él. Como siempre, soy un tipo raro: no es para tanto.

¡Vaaale! Tranquilos, no he dicho que sea malo, ¿ok? Tengo que ser sincero con vosotros, y deciros lo que pienso, aunque esté equivocado. No, no pienso que estemos ante un mal libro, ni mucho menos. Es un gran libro. Ya os lo adelanto: le pongo un 7 de nota, sobre 10. Es un buen libro. Un libro corto, es verdad, pero se trata de un buen ejemplo de por qué un libro no tiene que ser largo para ser bueno. Basta con que la historia lo sea. Es decir, lo que yo tantas veces he reclamado, hablando de mis propios libros. Porque los míos no son muy largos, pero tienen historias potentes. Eso es lo que vale. Sin embargo, estamos en una época de pura decadencia cultural, y eso se ve, entre otras muchas cosas, porque las obras literarias ya no son buenas, sino largas. Lo que la calidad no logra, se intenta obtener por la cantidad. Es un fenómeno parecido a las drogas: cuanto más puras son, menores son las cantidades que se necesitan para embriagar al usuario. Pero cuando no tienen esa pureza, esa riqueza interior, esa calidad del producto, es necesario aumentar la dosis; hacerla cada vez mayor, diría yo; hasta que al final ni una inmensa cantidad logra producir los efectos que la dosis más pura. Pues lo mismo en la literatura y en otros ámbitos del arte: hay que aumentar la cantidad de producto, hacer el libro más grande, las historias más intrincadas y complejas, las películas más extensas y espectaculares, las pinturas más insolentes, las canciones más estridentes, los discursos más ofensivos o reivindicativos, y en general el arte más grandioso, más voluminoso… menos artístico.

Lo anterior es, sin duda, la mejor razón que se puede dar de cualquier libro que aparentemente no cumple las condiciones que hoy los sabios ponen a las buenas novelas. Ellos te dirán que si tu novela no tiene al menos veinte protagonistas diferentes, varias subtramas sin importancia alguna, muchos artificios de los que los novelistas usan para mantener la atención del lector, uno o dos giros inesperados y un número de páginas no inferior a mil, sin duda eres un mal novelista. Pero no les hagas caso. ¿Sabes por qué? Porque todos conocen la historia de la máquina que viaja a través del tiempo. Sale en innumerables cuentos, libros, películas, series… Y ¿quién lo inventó? Fue Herbert George Wells (1866-1946), en una apasionante novela de apenas 135 páginas en la edición de bolsillo, que deben de ser unas 80 o 90 en una edición normal, quizás menos. En apenas un opúsculo, creó un mito contemporáneo que ha trascendido el tiempo al que su propio invento se refería. En cierta forma, Wells creó su propia máquina del tiempo, que es este librito. Él es realmente el Viajero del Tiempo.

La novela narra la aventura absolutamente original y desconcertante de un inventor que crea una Máquina del Tiempo, para viajar en el tiempo hacia edades desconocidas, por el simple anhelo de adquirir conocimiento. Atención, que vienen spoilers… El Viajero en el Tiempo, pues este es su nombre, reúne a unos cuantos amigos de la vieja sociedad inglesa, caracterizados algunos simplemente por su profesión, como arquetipos sociales (el doctor, el periodista, el director de periódico…), para contarles su viaje en el tiempo hacia el futuro, en concreto hasta el año 802.701, en el que se topó con una humanidad completamente transformada, y dividida en dos subespecies, tan diferentes entre sí como el día y la noche, la una presa y banco de alimentos de la otra, los Eloi y los Morlock. Una raza decadente y a punto de desaparecer, que vive en estructuras creadas en el pasado, sin otro interés que alimentarse, perdiendo cada día la humanidad, es decir, la racionalidad, transformándose cada día más en animales. El viajero se hace amigo de los Eloi, y descubre el oscuro secreto de los Morlock, que viven en el subsuelo, como depredadores nocturnos. Finalmente, regresa al tiempo presente, tras contemplar la evolución del mundo a lo largo de varios milenios, incluso millones de años. Ocho días fuera del presente, a pesar de que en este tiempo apenas habían transcurrido unas pocas horas. Y regresado al tiempo del que procedía, reposó, manifestó sus inquietudes a sus contertulios y finalmente, partió de nuevo para nunca más regresar.

El final queda abierto. Ese Viajero a través del Tiempo es una figura mítica que ha pasado a formar parte de cultura popular, en la cual pululan cientos de historias sobre posibles viajeros en el tiempo a los que se ha visto o se ha fotografiado o de los que hay testimonios. Todos ellos son hijos de esta figura literaria, sin duda misteriosa y dibujaba con trazos lo suficientemente gruesos y difuminados como para poder ser cualquier persona que nos imaginemos, o responder a cualquier arquetipo que podamos imaginar.

Junto con la mera narración de las (cortas) aventuras del Viajero a través del Tiempo, el libro está cargado de ciertas reflexiones político-sociológicas, deudoras de la problemática que la revolución industrial produjo en Europa, hija en cierta forma de la dialéctica marxista y su visión de la lucha de clases, extrapolada a las leyes de la evolución natural y en especial de la humana. Sin duda, para alguno esto será un elemento positivo de la obra, pero para mí es lo peor de la novela; las reflexiones son forzadas, y a menudo contradictorias, como el propio personaje reconoce en algún momento; están traídas muy a destiempo y sin un apoyo probatorio suficiente, y ralentizan la narración, que desprovista de todo este envoltorio pseudofilosófico queda verdaderamente en mantillas, si no en bolas; y no es una visión tan atractiva como pudiera parecer. En realidad, queda muy poco después de raspar las capas de esta cebolla: queda apenas el esqueleto de una idea genial, desarrollada apresuradamente pero con una visión profética. He ahí la tremenda paradoja de esta novela: tenía un potencial infinito, como demuestra su influencia en la cultura popular, pero el autor la cerró muy deprisa. Incluso yo, que soy partidario de las historias cortas, veo con nitidez que hubiera sido grandiosa, probablemente una novela representativa de todo el siglo XX y de la civilizanción contemporánea, rompedora, autofagocitadora, optimista sin remedio, racionalista e irracional, y entregada a la ciencia como a un dios menor, ciego, enemigo e incontrolable.

Es una obra de ciencia-ficción. O al menos eso dicen. Para mí no lo es. Y no lo es por dos razones: apenas hay ciencia en la novela, salvo algunas reflexiones muy poco concretas que se ofrecen en la primera parte de la obra, sin duda la más árida (excusable, puesto que es la presentación del contexto fáctico de la narración); la máquina del tiempo se ofrece a nuestra visión como un objeto extraño, mágico, místico, cuyo funcionamiento científico no se nos explica en ningún y que se aprovecha de fuerzas y energías que tampoco comprendemos. Más bien pareciera el ensalmo de un hechicero moderno, que agita un bastón divino para producir un viento huracanado o invocar a fantasmas terroríficos. Pero la máquina, como invento artificial, racional, basado en leyes naturales, instrumento de las fuerzas científicas que mueven el universo, no aparece por ninguna parte. Es solo un montón de metal que gira en el espacio por arte de algún tipo de maleficio que no entendemos. Nada que no sea pura ficción, y muy poca ciencia.

La segunda razón va unida a la anterior: la novela es pura fantasía. Expliquemos aquí previamente a la conclusión, como premisa, qué entendemos por fantasía y qué por realidad. Ambas se necesitan mutuamente para existir. La realidad se define, en contraposición a la fantasía, como aquello que tiene o puede tener entidad material (no solo física, sino también psicológica), cumpliendo en todo o en parte los parámetros naturales para la existencia de las cosas o las ideas que se refieren a las cosas, como formulaciones de leyes naturales, conceptos y definiciones, o leyes humanas. La fantasía comprende el resto de cuantas cosas son imaginables o concebibles por el ser humano, y solo está en la imaginación de éste. Sus límites no son diáfanos, porque la mente del ser humano no es un barco dividido en compartimentos estancos, sino que funciona, más bien, como una centrifugadora donde se mezclan infinidad de elementos e interactúan entre sí con diferentes resultados según las composiciones y proporciones de la mente de cada hombre. Pues bien, la fantasía incluye las narraciones que, aun partiendo de una referencia a la realidad social, y sin más apoyatura científica que la meras leyes naturales que, por decirlo así, forman el sustrato de nuestra conciencia (como que las cosas caen o que un cuerpo no puede estar a la vez en varios lugares), y que desde luego no suelen estar presentes en la palestra de las historias como protagonistas de las mismas, acaban elevándose hasta la proyección del alma del autor en la pantalla de las páginas del libro, mostrando, como en diapositivas más o menos animadas, su propia visión del futuro o del pasado. Algunas de estas obras de fantasía se denominan de «ciencia-ficción» porque tienen un alto componente de reflexión científica y pretenden crear una fantasía coherente con lo que sabemos científicamente de la naturaleza; es por ello que suelen estar inundadas de explicaciones científicas y raros inventos que, mostrados en toda su lógica racional, acaba por construir una visión imaginaria que podría perfectamente ocurrir en la realidad, sin necesidad de éxtasis proféticos ni enajenaciones visionarias. La fuerza de la ciencia-ficción es precisamente que, a pesar de ser ficción, es sobre todo ciencia. Pero no es el caso de esta obra. Esta obra es sobre todo ficción. Es cierto que hay ciencia, pero casi residual; es una mera excusa del escritor para exponer un sueño sobre el futuro y sus precipitadas conclusiones sobre la lucha de clases, la industrialización, el progreso de la raza humana y su relación con la naturaleza. Conclusiones que el futuro se ha encargado de destruir, por otra parte, pues en nuestra época, más de 120 años después d ela publicación de «La máquina del tiempo»(que salió en 1895), la raza humano solo no se ha enterrado en el subsuelo para cobijar a la clase trabajadora, sino que las supuestas diferencias entre clases se han reducido cada vez más, el comunismo ha colapsado y se ha derrumbado estrepitosamente y el capitalismo ha evolucionado hacia formas cada vez más avanzadas y sociales. Por eso, las reflexiones sociológicas de la novela le restan actualidad; han hecho que envejezca mal. La obra, en cierta manera, es una reliquia del pasado, aunque una reliquia hermosa.

Técnicamente, la novela está compuesta por una introducción, 15 capítulos y un epílogo. Son capítulos muy cortos. Comienza siendo narrada por una persona que no se identifica, en primera persona, y que no es el Viajero a través del Tiempo. Y pronto el punto de vista cambia y escuchamos las propias palabras del Viajero. Finalmente, regresa el primer narrador para decirnos cómo perdió de vista al Viajero para siempre. Es una estructura de un cierto clasicismo, pero que no deja de tener una variante interesante, como es el cambio del punto de vista, que no se ve forzado ni rompe el ritmo narrativo, porque forma parte del propio relato. Sin embargo, el estilo está desprovisto de toda floritura; a veces resulta distante, serio, árido y frío, aunque no exento de cierta elegancia y etiqueta. Esto quizás sea producto de la época victoriana en que fue escrito, y del estilo reinante en la época. Y será una de las cosas que más choque al lector moderno, acostumbrado a otros alimentos más sabrosos, aunque menos sanos, lo mismo que la comida rápida de hoy en día, tan adictiva, provoca obesos allá por donde se vende. Pero cuando el lector se deja llevar por la historia, olvida la diferencia de lenguaje y todo fluye con naturalidad. No deja de haber poesía en un final abierto y con cierta nostalgia. Me gustó ese final, aunque no perdurará en mí como uno de los más memorables.

Pero tengo que destacar algo que me encanta de esta obra: se destila por todas partes la importancia de las elecciones personales y sociales para el futuro personal y de la Humanidad. Es algo que me fascina. Está presente en el subtexto de toda la obra: cómo incluso las acciones más aparentemente más inocuas e insignificantes no solo reflejan lo que somos, sino que nos conducen hacia un final, que puede que no adivinemos, pero que está siempre en el peligro de caer por la boca del pozo. Estar alerta y vivir la propia vida con responsabilidad y con absoluta vigilancia, mirando no solo al bien particular, sino también al común, parece imprescindible para que logremos un progreso continuo y bienes mayores. Y en eso estoy completamente de acuerdo con Wells.

Y hasta aquí mi comentario. Espero traeros otros libros pronto. Leed «La máquina del tiempo» y disfrutadla. Y que el tiempo os trate con benevolencia.

«La Reina de Corazones». Entrevista a Alba Díaz.

Hoy tenemos la suerte de contar en el Blog Vivo y Escribo con el testimonio de Alba Díaz, joven modelo toledana que acaba de publicar hace pocas semanas su primera novela, «La Reina de Corazones». Vamos a conocer mejor su obra y su inspiración vital. Si os interesa, podéis encontrar su libro en Casa del Libro y en la web de la Editorial Tandaia.

Portada de «La Reina de Corazones»
  • Acabas de publicar tu primera novela, “La Reina de Corazones”. ¿De qué trata?

Trata sobre una realidad que aún muchas personas luchan por conseguir: el amor verdadero, el ideal, el perfecto. En mi libro, Olga, la protagonista, relata su vida amorosa, todos los tropiezos que ha tenido a lo largo de su vida; que, para la edad que tiene, han sido muchos. Ella busca desesperada ese príncipe azul que aparece en las películas con flores, bombones, palabras bonitas…y lo que se encuentra son sapos disfrazados.

  • ¿Cuándo la publicaste? ¿Con qué editorial?

Este proceso de publicación ha sido bastante largo. Envié por primera vez el manuscrito en septiembre a la editorial Tandaia, que tiene su sede principal en Santiago de Compostela. En seguida me contestaron y decidieron publicarla. La condición era que tenía que conseguir un mínimo de ventas en un mes. Así que durante un mes promocioné todo lo que pude y más mi novela y al final lo conseguí. En un principio, la novela saldría publicada en noviembre, pero por varios inconvenientes por parte de la editorial, se alargó hasta marzo.

  • ¿Cuándo fue la presentación oficial?

La presentación la hice el 10 de mayo en la biblioteca de Castilla La Mancha. Creo que no había mejor sitio para hacerla, y el trato que recibí fue estupendo. Me hubiese gustado hacer la presentación el día de San Valentín, creo que habría sido un buen día, muy positivo para las ventas dado que la temática era idónea. Pero como para esa fecha el libro aún no estaba listo, tuve que atrasarlo.

  • ¿Cómo fue la presentación de la novela y cómo viviste esa experiencia?

Es difícil de explicar porque son muchos los sentimientos acumulados, pero todos buenos. Mucha emoción, el ver a todas las personas interesadas en escucharme y en arroparme en ese momento tan importante de mi vida fue increíble. Nervios, muuuchos nervios… Aunque estoy acostumbrada a desfilar delante de miles de personas, el hablar en público aún no lo tengo cien por cien controlado. Los comentarios fueron positivos y me quedo con eso. Tuve momentos muy emotivos al nombrar a mi madre porque ella es mi mayor referente en todos los ámbitos, ha sido y es una mujer muy luchadora, junto a mi padre sacaron nuestra familia adelante siempre, de todas las adversidades. Ella desde muy joven tuvo que aprender a valerse por sí misma, empezó a trabajar a los catorce años y eso lo valoro mucho. Ella me ha enseñado mucho y ha hecho de mí la mujer que soy hoy. Algún día me gustaría hacerle un homenaje porque se lo tiene merecido.

También hablé de mi abuelo, el único que pude disfrutar en mi niñez y del que tengo muchos recuerdos, él tiene mucho que ver en el título.

Al finalizar la presentación, tuve un detalle con los invitados y les ofrecí vino y unas chucherías en agradecimiento por su compañía.

  • ¿Cómo ha sido tu primera experiencia como novelista? ¿Con qué te quedas y qué es lo peor que te has encontrado? ¿Repetirás?

Ha sido fantástica, mágica. Me quedo con todos los sentimientos que he vivido al escribirla, con todos los días que he reído mucho y también con los que he llorado, porque al final todos esos momentos, unidos, forman mi novela y no cambiaría ninguno. Lo peor, fue recordar momentos dolorosos que ya eran cicatrices, y volver a abrirlos duele, pero como he dicho, no los cambiaría porque a veces recordar las cosas malas también te ayuda a valorar las buenas que tienes ahora.

Po supuesto que repetiré, tengo varios proyectos en mente y quiero seguir escribiendo y que la gente me siga leyendo.

  • Es una novela romántica. ¿Por qué el amor es tan importante en la vida y por qué debemos leer La Reina de Corazones?

¿El amor es importante en la vida? Sí, yo creo que sí. Mires donde mires, todo se compone de amor. Por ejemplo, la música, da igual del estilo que sea, todas hablan de amor o desamor, pero está ahí. Las películas, los dibujos, la vida real…da igual, en todos lados está. Y no hablo del amor entre dos personas, el amor va más allá. Hay gente que siente amor por sus mascotas, o por cosas materiales, o por su trabajo, son diferentes tipos de amor, pero lo es. Por lo menos es mi forma de verlo, no sé si será la mejor o la peor forma de verlo, pero yo así lo creo. Yo estoy enamorada de mis dos perros, los amo, los adoro y no sé estar sin ellos.

La tenéis que leer porque es la mejor novela que os vais a encontrar jeje, es broma. La recomiendo porque las historias con las que os vais a encontrar son muy reales y posiblemente os sintáis identificados con algunas, y sé que aprenderéis mucho porque hay varios consejos para superar rupturas y engaños, y también habrá sorpresitas. Hasta ahora los comentarios son muy positivos y el que más recibo es “engancha”, y me encanta escuchar eso de mi novela.

  • ¿Te costó mucho describir las escenas eróticas? ¿Qué reacciones has tenido de los lectores?

Un poco, porque hay una línea muy fina entre lo sugerente y lo vulgar, y yo quería describir las escenas con detalles pero sin sobrepasar ese límite. Mi erótica descrita es sencilla, delicada, elegante, y me gusta porque dejo cosas a la imaginación del lector; yo comienzo a dar unos detalles pero siempre dejo ese pequeño espacio para que el lector aporte su granito y se introduzca en la historia a su manera, para que pueda ponerse en la piel de los personajes y les ponga la cara que quiera. Tampoco son escenas que nadie en esta vida haya visto jamás. Yo veo el sexo como algo natural y no hay que esconderse ni taparse la boca al hablar de ello. Hoy en día no lo es tanto, pero aún queda mucho por andar, sigue siendo un poco tema tabú, pero a mí me encanta hablar de ello, me gusta leer artículos y libros que traten de ello para aprender y saber más.

Todos los lectores han reaccionado bien, hay algunas personas que se escandalizaron un poco, pero porque no imaginaban que yo escribiera cosas así. Otros me han llegado a decir que gracias al libro han recuperado la libido, y yo me alegro muchísimo de que mi novela sirva de ayuda. Pero en general, lo han acogido muy bien.

  • Olga, la protagonista de tu novela, es una chica joven que podría representar a muchas mujeres de hoy. ¿Qué destacarías de ella y qué tiene de ti misma?

Comparto mucho con Olga, tanto física como interiormente. La describo como a mí, con mi aspecto, tal y como se me ve por la calle. Interiormente también, es una chica sensible, educada, inteligente, elegante, simpática, alegre, impulsiva, cariñosa, apasionada, alocada, fuerte psicológicamente…y muchas cosas más; en resumen, es una chica viva. Una chica que se enfrenta a muchos golpes que a veces no sabe ni por dónde han venido, pero es luchadora y no se deja vencer.

En otros ámbitos, fuera del amor, también es luchadora, no se conforma con lo primero que tiene, quiere más, busca más y pelea hasta conseguirlo.

Yo diría que soy Olga, o que Olga soy yo.

Alba Díaz
  • Muchos te habrán preguntado sobre esto pero es necesario que nos lo aclares: ¿Cuánto tiene de autobiográfico?

Sí, es la pregunta que con más frecuencia me hacen. Todos los personajes son reales, con otros nombres pero existen. Y de las historias, alguna hay de verdad, no te puedo decir cuáles porque si no haría spoiler y porque prefiero que esa incógnita siga. Me costó un poco dar el paso de publicarlo al haber partes de mi vida real descritas en la novela. Me estaba desnudando ante un público que no sabría si lo aceptaría o lo criticaría. Entonces pensé, que hablen bien o mal no importa, el caso es que hablen, y total tampoco sabrían si es verdad o ficción. El que me conoce bien sabe qué partes son reales; y el que no, puede intuirlo por poco que me conozca.

  • Algunas experiencias que vive Olga son hermosas y otras duras, pero siempre sabe salir adelante. ¿Cuál es el secreto? ¿Cómo podemos aprender de ella?

El secreto es quererse a uno mismo, si te quieres te respetas y eso es lo que querrás recibir también, el respeto de otros hacia ti. Es verdad, que en algunos momentos Olga pierde su autoestima y parece que no puede caer más bajo, se siente perdida, dolida, avergonzada…pero sabe salir porque ella es fuerte y aprende a valorarse de nuevo y a quererse. Hay personas que necesitan ayudas y consejos de un psicólogo, de un amigo…pero con ayuda o sin ella se puede salir de cualquier bache. Olga nos da algunos consejos para superar esas malas experiencias.

  • Olga vive, entre otras cosas, la tragedia de ser engañada por su pareja y de ser en cierta forma manipulada. ¿Qué consejo darías a las personas que se encuentran en esa situación?

Yo viví una situación parecida y cómo has dicho son personas manipuladoras que consiguen aislarte del mundo, y cuando dependes de esa persona es cuando dejan de esconderse y al final tienes que ser una cornuda consentida. Pero llega el día en el que despiertas y te das cuenta de que solo tienes una vida y que no la quieres vivir así, entonces todo se acaba.

Como consejo vuelvo a repetir lo de antes, ¡quiérete! Quiérete mucho pero siempre con los pies en la tierra y con humildad. Si te respetas, te respetarán. Un libro que me ayudó mucho a superar esa etapa fue “Gente tóxica” de Bernardo Stamateas, recomendadísimo.

  • Sobre el mundo editorial, ¿cuál es tu opinión? ¿Lo mejor y lo peor?

Tampoco puedo opinar mucho porque a día de hoy conozco dos editoriales y solo he trabajado con una, de la otra me han hablado muy bien, y si la editorial quiere trabajaré con ellos en mis próximos proyectos.

Lo mejor de una editorial es que te publiquen sin pedirte un euro a cambio, porque así facilitan a los autores el trabajo, el esfuerzo. Lo peor, que no te promocionen, que no te hagan caso, que tengas que andar detrás de ellos, que no vaya nadie a la presentación como representantes de la editorial…en mi caso, mi experiencia con esta editorial ha sido más negativa que positiva, pero no por ello dejaré de escribir ni publicar, hay muchos peces en el mar.

  • ¿Crees que se da promoción suficiente a los autores por parte de las autoridades? ¿Qué piensas sobre la situación de la cultura en tu ciudad o en tu comunidad?

Quizá no la suficiente, y también depende de tu influencia social. Yo, por suerte conozco a la alcaldesa de Toledo, Milagros Tolón, desde hace muchos años. Ella me recibió en su despacho y mandó una nota de prensa anunciando mi publicación, por supuesto estoy muy agradecida por ese detalle y ella sabe que la aprecio mucho como mujer, como alcaldesa y como persona.

En Toledo, la cultura es un símbolo principal. Toledo está lleno de cultura mires por donde mires, en cada rincón, en la gente, en los edificios, en las calles…Toledo es cultura y yo como buena toledana o bola, estoy orgullosa de mi ciudad. Hay muchos grupos de lectura que se reúnen para leer libros populares o anónimos, da lo mismo, pero me parece una idea maravillosa y es algo que habría que seguir impulsando, porque las tecnologías en ciertos aspectos está bien pero en otros, para mi gusto ha hecho daño. Donde esté un libro con el olor característico de sus hojas, que se quiten los ebook.

  • Además (o mejor, antes) de escritora eres modelo. Háblanos de tu carrera. ¿Puede compaginarse con escribir una novela? ¿En qué te ha ayudado o en qué te ha perjudicado?

Por supuesto que se puede compaginar, por lo menos ahora. Si llega un día en el que me hago escritora famosa quizá solo tenga tiempo para eso. Ahora mismo compagino varios trabajos: modelo para el catálogo de ropa para la página web de Pilar Prieto,  modelo para el programa Estando contigo de castilla la mancha TV, escaparatista de varias tiendas y auxiliar de enfermería en el hospital Quirón Salud de Toledo, y ahora he añadido el de escritora, aunque todavía me suena raro.

Me ha ayudado a conocer muchas personas, a tener más seguidores en las RRSS, a aprender un poco más de la literatura y la lengua, y creo que no me ha perjudicado en nada. Dar el paso de ser escritora creo que ha sido de las mejores cosas que he podido hacer.

  • Esta novela destierra la opinión común de que las modelos son tontas, por si hacía falta alguna prueba. ¿Cómo sientes que se os ve en la sociedad? ¿Crees que se valora vuestro trabajo?

Las modelos somos tontas, estúpidas, cachos de carne que pueden tratar como quieran, solo físico, huecas por dentro, no somos mujeres verdaderas…y así mil cosas más. Todo eso piensa parte de la sociedad, y nosotras las modelos tenemos que vivir con ello soportándolo y luchando cada día por cambiarlo. La mayoría de las modelos tienen carrera, y no una, sino dos y se las han podido pagar con el sueldo de modelo. Tenemos sentimientos. No somos perfectas, tenemos estrías, celulitis, granos, cicatrices…no somos robots creados. Si es lo que parecemos es porque nos cuidamos. Yo tengo mi ritual antes de acostarme y al levantarme: me lavo la cara con agua fría, me desmaquillo con jabón normal,  me doy mi crema de noche, me doy un sérum para las pestañas, me lavo los dientes, me doy vaselina  en los labios y a dormir; y cuando me levanto igual, agua fría, crema, sérum de pestañas, dientes y me maquillo lo más natural posible. Y con el cuerpo exactamente lo mismo, tengo mis cremas, la manicura y la pedicura me las hago yo. Con el pelo igual, no uso nada del otro mundo.

Quizá lo que peor llevo es el tema de si somos mujeres reales o no. Hubo una campaña de una marca conocida donde decían que creaban productos para mujeres reales, y las mujeres que aparecían en el anuncio tenían muchas curvas. Yo soy una mujer real tanto como ellas. Estoy delgada porque así es mi constitución, como lo que quiero cuando quiero y hago mucho ejercicio, no tengo que hacer dietas ni pasar hambre para estar delgada, y como a mí le pasa a la mayoría de modelos.

No digo que no haya casos de chicas con problemas alimenticios, pero no he conocido ningún caso en mis doce años de experiencia como modelo, ni en España, ni fuera.

  • ¿Habrá segunda parte de La Reina de Corazones?

Claro, aunque al principio no lo sabía. Dejé un final abierto y hasta que no acabé no decidí hacer una segunda parte. Pero sí, habrá segunda parte y más emocionante porque la historia va a llegar a un punto de engaño, donde la gente creerá una cosa y luego quizá sea otra. No puedo decir más. Como decían en el programa Un, dos, tres…hasta aquí puedo leer.

  • Di lo que quieras para terminar.

Hay que leer más, siempre hay un hueco para ello. Yo cada noche leo, una, dos, cinco o veinte páginas, pero leo, porque me hace sentir mejor. Leer otras historias te hacen salir del mundo por unos minutos y eso es maravilloso, además se aprende y hay que mantener la mente viva.

También os digo que viváis, que disfrutéis y que améis. Amar mucho y bien, y conoced gente hasta que deis con esa persona que os haga girar vuestro mundo, o no, o preferís estar solos. Pero sed felices. Una vez le di un consejo a un buen amigo y le dije: que tu felicidad no dependa de nadie, sé feliz contigo mismo, y cuando lo consigas comparte esa felicidad. Porque si tu felicidad depende de otra persona, si un día esa persona no está, se llevará tu felicidad y te quedarás roto.

Impluvia (II)

Reflexiones y confesiones de un joven filósofo

¡Qué libertad se encuentra en la muerte! El olvido que provoca en los hombres permite que se abra el abanico de la eternidad y se desplieguen las alas del corazón desconocido. En ella se embalsan definitivamente las corrientes del amor o de la guerra, y el fin de los anhelos terrenos se realiza entre las poderosas garras del más allá: entonces el alma se llena de realidades divinas y se deshace de sus vestidos de promesas, permaneciendo sólo su desnudo de inmortalidad.

Sin embargo, compadezco a quienes endiosan, idealizan o banalizan la muerte. ¡No, señores, la muerte es algo muy serio! ¡Y terrible! ¿Habéis visto a alguien morir en la plenitud de su juventud, así de pronto, de golpe, sin despedirse, sin verla venir? Uno se siente impactado y desvalido ante esa muerte… Hay algunas muertes que nos afectan sentimentalmente, pero las esperamos y hasta cierto punto estamos de acuerdo con ellas: por ejemplo, la muerte de un ser querido de muchos años. Incluso hay otras que nos parecen inevitables y que ni siquiera llegan a tocarnos la sensibilidad: por ejemplo, las muertes que se producen a causa de una guerra lejana; nos lamentamos por ello pero dormiremos bien, incluso los más “indignados”. Pero el espectáculo macabro y desolador de un accidente de moto puede conmovernos si nos detenemos a observar la sucesión de los hechos: los primeros minutos de desconcierto, la espera interminable a los servicios médicos, la curiosidad del viandante que se va transformando paulatinamente en miedo y en angustia; los movimientos rítmicos de las manos del médico, que oprimen una y otra vez el esternón del herido, tratando en vano de reanimarlo; y la manta blanca que finalmente acaba cubriendo su cuerpo deshabitado…

¡No os riais de la muerte ni sigáis vuestro camino! Vale la pena detenerse y pensar. La muerte es el gran filósofo.

Don Nadie el Deseado (¿VI?)

Guión del próximo capítulo. ¿Qué os parece? Es un añadido que quiero hacer, lo cual me obligará a reescribir parte de la historia. He pensado en seguir esta línea narrativa. Espero vuestros comentarios. ¿Cómo lo mejoraríais (sin saber qué sigue después)?

Yo aquí, pensativo y serio… ¡Que muerdo!

*** el viejo ha rechazado a Paco al principio, pero luego se lo pensará. Irá al hostal al día siguiente y no lo encontrará. Tampoco la vieja sabe darle razón de su paradero. En realidad, Paco ha sido atropellado por un coche. El desgraciado conductor pasó sobre él debido a la densa pared de lluvia y a que Paco estaba de rodillas en medio de la pista. Por suerte, el coche iba muy despacio, y sus heridas no fueron mortales. En un acceso de humanidad y valentía, el conductor lo cargó en su coche y lo llevó al hospital más cercano, donde lo operaron para repararle varios huesos y lo dejaron interno durante varias semanas. Pero el viejo no sabe nada de esto, y muy a su pesar se olvidará de Paco durante un tiempo, hasta que lo ve en el hospital, en su cama tumbado, con ocasión de una visita a un vecino de la zona, conocido suyo, que había sufrido un accidente de pesca. Entonces se interesará por él, y al comprobar que no tiene a nadie, lo trasladará a su casa cuando le den el alta para que se recupere. Entretanto, Paco ha tenido ocasión de charlar con el cura del hospital, gracias al cual ha comprendido que a veces, hay que tocar el fondo para volver a ascender hacia arriba. Entonces, en esa conversación, es cuando se llamará a sí mismo don Nadie.

Cuando Paco se haya recuperado, el viejo lo contratará para trabajar con él.***

Don Nadie el Deseado (V)

Seguimos con la historia de Paco. Capítulo V de esta novela por entregas. Espero que os guste

Paisaje recóndito

<<La noche fue oscura.

Llovía incesantemente mientras las sombras cubrían el mundo. Las nubes impedían que los rayos lunares dieran ese aspecto espectral a las cosas. Nada era visible. La hechicera de la oscuridad extendía sus dominios implacables sobre el orbe entero, desde lo más excelso a lo más insignificante, y todo se le sometía, en un desfile de silencios y escalofríos en el que procesionaban bajo el velo negro los cuatro elementos y todas las terrestres potencias. Ni siquiera los fantasmas salían a la intemperie sin la capa de las tinieblas.

No había nada. El mundo parecía haberse esfumado. Sólo el sonido de las gotas que a millones caían sobre la tierra mojada y el mar. Únicamente el martilleo de la tormenta.

Paco había llegado a su habitación con la sensación de que la vida lo había nuevamente derrotado. Durante un tiempo, quizás unas horas, había albergado la esperanza (quizás ingenua) de que todo cambiaría; de que, a pesar de no haber planeado nada, sólo tenía que salir de su ciudad, de su ambiente, del contacto con las personas y los lugares donde había sido infeliz (infeliz por la persona a la que amaba y el trabajo que le importaba), para que todo cambiara. Y hasta había creído que el destino comenzaba a sonreírle. O al menos, a no machacarle.

Era una nueva mentira. Una inocentada más del gran y cruel bromista.

“Iluso”, pensó, cuando se cerró la puerta tras de sí y se sentó sobre la polvorienta colcha de su cama. Realmente, aquella colcha necesitaba algo más que una sacudida… Posiblemente no se había lavado en meses, quizás en años. Y desde luego la vieja había hecho la cama esa mañana sin preocuparse de su aspecto. Pero no importaba…

En realidad, nada importaba. Había errado de nuevo. Había fracasado. Era lo único que sabía hacer en su vida. Pero, ¿cómo actuar? ¿Dónde ir? ¿Qué otra cosa hacer? Al fin y al cabo, las personas nacen con un destino; y el suyo era equivocarse una vez, y otra, y otra; y ser rechazado, despreciado, olvidado, humillado una vez, y otra, y otra…

Es posible que se debiera a su poca valía. El futuro no sería mejor. Racionalmente, una vida así no merecía la pena. ¿Tendría el deber de quitarse la vida? Pero aún más, ¿sería capaz? Tenía la seguridad de que, lo deseara o no, fuera o no lo más justo, no podría…

Abatido, pero incapaz de cortar por lo sano, se metió en la cama sin cambiarse de ropa y lloró hasta quedar exhausto. No había nadie a quien pedir ayuda. Nadie a quien clamar. Ni dioses, ni padres, ni amigos… Sencillamente, nadie.

Despertó en medio de la oscuridad y su gélido arrullo. Tenía las manos ateridas; se le habían quedado fuera del abrigo cálido de las mantas, y le dolían cuando intentaba moverlas. Debían de haber pasado apenas tres o cuatro horas. No había ni rastro de la aurora, y seguía lloviendo. ¿Es que no iba a acabarse nunca aquella noche? Deseaba que rompiera el día, que corrieran las horas, que el mundo acelerase sus giros y pasasen las estaciones como cae el agua del torrente y la cascada… Pero los segundos se demoraban, y los latidos de su corazón, en cambio, se agitaban como bestias enjauladas.

Crispado, se levantó, recogió sus cosas, dejó sobre la mesilla todo el dinero en efectivo que tenía, que le pareció suficiente para pagar su estancia en aquella posada polvorienta, y, de nuevo sin saber ni prever cómo, ni hacia dónde, ni por qué, abandonó la protección y la luz amarilla del portal, y se adentró en el camino, bajo la borrasca.

El sendero se difuminaba ante sus ojos, se confundía con las sombras impenetrables. En tres ocasiones se dio cuenta de que estaba caminando campo a través, y trató de regresar sobre sus pasos hacia el lodazal en que se había convertido la pista. Le costó, pero terminó por reconocer el trazado y la grisácea y apagada claridad de su superficie.

¿Adónde iba? No lo sabía. No se lo planteaba. No se lo preguntaba. ¿Qué más le daba? Los pensamientos se mezclaban en su mente y formaban extrañas parejas de baile e imágenes que rivalizaban con sus sentidos, mintiéndole a menudo sobre lo que había a su alrededor. Era una partícula de noche más, en medio de la noche, vagando por las tinieblas…

Todas las lágrimas contenidas brotaron de sus ojos como el diluvio de las fuentes celestiales. Lloró a moco tendido, como sólo saben llorar las personas sencillas que se sienten hundidas; lloró a voz en grito, aunque ningún oído alcanzó a escucharlo, pues sus voces no podían rivalizar con el poder del viento y la tempestad. Al fin, cansado, exhausto, vencido, como una presa rendida, acosada por la manada que lo persigue, los ojos inyectados en sangre, perdida la esperanza, ofreciendo su garganta inmaculada al colmillo asesino que se aproxima, para hacer más rápida la culminación, se dejó caer en el barro, de rodillas, sollozando. Cerró los ojos, tratando de encerrarse en algún sitio en su interior donde no lloviera, donde no soplara el vendaval,  donde no hubiera sombras ni noche ni dolor ni desamor; en alguna fortaleza interior donde fuera únicamente él, libre y feliz. Se dejó arrastrar por la soledad, de sereno y proporcionado rostro, que le tendía la mano sonriente para conducirlo a ese lugar seguro y seco, cálido y acogedor; era como un sueño etílico, pausado y silencioso, una visión de un paraíso perdido, colmado de flores, colores y músicas que no oía pero que podía imaginar, tan armoniosas y alegres. Allí no había dolor. Allí no había mentira. Allí no había fracaso ni repulsa. El tiempo no tenía entidad, ni las estaciones, ni los elementos, ni las contradicciones, ni las limitaciones físicas, ni el peso ni la altura ni la profundidad; los hombres no dañaban, las sociedades no constreñían, las reglas sociales no estipulaban deberes ni derechos… Estar allí era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo.

Sin embargo, extrañamente sentía nostalgia del otro mundo, del mundo…. real (“¿Cómo podía ser real y aun así soportarlo? ¿Por qué tenía que estar en él si no le gustaba?”).  Había algo en aquella quietud interior que lo llenaba de un espanto informe, como si unos ojos tenebrosos lo escudriñaran desde una atalaya invisible. De repente, quiso regresar, volver a su cuerpo, a sus sentidos, a la noche, a la intemperie inhóspita, a la humedad y al barro. Pero no podía… Se volvió y allí había sólo una puerta cerrada. Trató de abrirla pero no cedió. Con más fuerza quiso girar el pomo, mas con tanta energía lo intentó que éste saltó de su lugar y se quedó entre sus dedos, hasta que se dio cuenta y abrió la mano, y el artefacto sin vida cayó al suelo. Y entonces gritó aterrado, pero nadie lo oyó, nadie acudió a salvarlo.

La luz se apagó y la noche fue total. El silencio, absoluto.>>

Impluvia (I)

Inauguramos sección de confesiones intimistas. Puede que sea la sección más aburrida de este blog, pero también será la más personal y, por ello, la más vulnerable. Si no te gusta, no digas nada. Si te gusta, tampoco. Me basta con que lo leas.

El discurrir de mi vida a lo largo de mis años ha sido una constante lucha entre lo que soy y lo que sueño ser. En esta lucha he sido muchas veces vencido por la angustia de no ser lo que quisiera, y por el dolor y la decepción de no ser los demás a mi gusto o conveniencia. Pero no es esto lo que verdaderamente constituye mi vida. Porque en esta lucha ha habido victorias: yo como hombre venzo sobre mí mismo, que soy mi peor enemigo pues no me acepto, en el momento en que soy capaz de reconocer la miseria y de ser tan fuerte y humilde ante Dios como para no dejarme vencer por la mentira del fracaso y ponerme tranquila y gustosamente en las manos de quien me creó y me cuida. Recuerdo ahora aquella oración de san Ignacio de Loyola que decía algo así como “tomad, Señor, y recibid lo que soy y lo que tengo… vos me lo disteis; a vos, Señor lo torno… todo es vuestro disponed… dadme vuestro amor y gracia porque ésta me basta”. Una gran paz y sosiego conmigo mismo permanece en mi interior ahora que medito en tales palabras llenas de sabiduría y de realismo. No puede haber, pienso, otro sentido a mi miseria que reconocer lo que me basta y apegarme a ello. Decía Theilard de Chardin, parafraseando la oración del Soldado de Cristo que me alumbra: “porque mi pobreza, el verdadero sentido de mi pobreza, amada y comunicada, es saber y es gustar qué es lo que me basta; dónde se encuentra el tesoro, el sol, la fuente para tanta inquietud y tanta impotencia… dónde pueda estar lo que aquiete mi corazón y mis sentidos, lo que me haga reposar, rendido de amor y palpitante de entrega; poder amarte y servirte en todo al reconocerte enteramente en todo”. Tengo la sensación profunda de que comparto con Theilard de Chardin tales pensamientos y de que mi vida, al igual que él manifiesta, se ajusta de manera sorprendente y maravillosa a tal sentido de sí misma. Dios, el Dios de Jesucristo, me ha hecho pobre y débil para que encuentre la fuente de la riqueza y fortaleza, que está en Él. No puedo pensar en todo esto sin, al mismo tiempo, sentir que he faltado a ello toda mi vida, como si hubiese sido invitado a una fiesta y hasta ahora no hubiese respondido acudiendo a ella. Reconozco la verdadera fuente en la que bebo, que es Dios. Si hoy estoy vivo y me acerco a Él a través de mi meditación es porque me sostiene en su amor y me mira con infinita ternura de Dios que es Padre. ¡Qué ingrato y tonto he sido! Me costará volver a estar en sus brazos, como si nada hubiese pasado, pero es lo que más deseo en esta vida: dejarme seducir por Él, no buscar más la felicidad en la basura del propio deseo. Y concluyo con palabras de Chardin: “Recibe toda mi libertad, que es al cabo lo que yo soy desde tu mirada perdonadora y tierna, mi propia historia de salvación trabada por Ti, promesa y cumplimiento entre tus manos”. Amén. Esto tiene que ver profundamente con el misterio de mi vocación a la belleza. Por eso soy escritor. Dios se servirá de la pobreza para hacer ricos a los hijos de su misericordia.

Flores mustias

Ninguna historia tiene principio ni fin. Simplemente va el escritor y la encuadra, como el fotógrafo, que enfoca uno de tantos aspectos de la realidad y da su propia visión de algo que tiene muchas visiones. Pero ninguna historia tiene principio ni fin, ni tampoco una sola perspectiva. Su principio es, más bien, mi principio, y su fin es mi fin. Acaban y empiezan cuando uno quiere. O cuando uno se aburre de ellas, o se fija en otras, ¡quién sabe! El hombre es una criatura sorprendente, y más cuanto más se le trata.

Ninguna historia está aislada ni lo abarca todo. Simplemente va el escritor y la concreta, como el pintor, como el músico, que crean una obra de arte, aunque el arte en sí ni pueda ser creado ni pueda ser poseído. La obra particular se crea y se posee, pero la obra ni crea ni posee el arte. Su belleza no me es dada en absoluto, sino que yo debo ponerla de mi parte con mis emociones, mi receptividad mi insaciable anhelo. Así sucede también con las historias: o las vivo o se mueren. Así ocurre también con las personas: o las amo o no existen.

Ninguna historia está terminada del todo. Simplemente viene hacia nosotros, con un cargamento de mensajes, unos gratos y otros agrios; estos cristalinos, aquellos tenebrosos . Ninguna historia es perfecta, como el hombre tampoco lo es, siempre realizable y viniente. Ahí está la clave: yo soy, pero no soy aún; lo que seré no lo soy, pero ya lo voy siendo.

Esta historia, pues, ni tiene principio ni fin, ni está aislada ni lo abarca todo. Simplemente se ofrece en ilusionada mancebía del alma, para que, en medio del incontable discurrir de los años de este inabarcable universo, durante un ínfimo aunque real instante de la vida del mundo, la recibas en el tálamo de tu mente y con ella crees arte. El arte literario, no te quepa duda, es obra de dos: escritor y lector. Aquí va la historia:

– ¡No me gustan las lentejas, y menos si llevan carne! -se quejó Mari Carmen, la pequeña de la casa, una niña pelirroja y feucha, chiquita y melindrosa, algo quejica pero muy inquieta.

Lucía, su madre, que tenía poca paciencia, le gritó:

– ¡Pues te las comes o te castigo!

Mari Carmen se echó a llorar despacio, como un cabritillo que gime. Su madre se levantó de la mesa, recogió su plato vacío y se fue a la cocina. En ese momento llegó del trabajo su padre, Paco. Éste siempre era muy cariñoso con Mari Carmen. Ella era su «joyita», como siempre le decía. Cuando entró y la vio llorando, enseguida fue a consolarla.

– ¿Qué te pasa, cariño? ¿Por qué estás llorando?

– Mamá me ha puesto lentejas, ¡y a mí no me gustan las lentejas! -contestó la pequeña.

– Bueno, si te las ha puesto mamá, tendrás que comértelas, aunque no te gusten. Mamá siempre quiere lo mejor para ti, cariño.

– Yo no quiero lentejas, están muy malas.

– Pero cariño…

Intervino Lucía:

– ¡Ya estás otra vez! No la mimes tanto, que está muy mimada.

– Si no la mimo, le estoy diciendo que se coma las lentejas -respondió Paco.

– Déjala, anda. Que coma, y si no ya sabe, castigada -concluyó Lucía.

Francisco se encogió de hombros, acarició levemente el pelo a su niña y se fue. Mari Carmen seguía llorando como una palomilla, piando lastimosamente.

A los pocos minutos llegó Sara, la hermana mayor. Sara tenía 20 años, y ya no vivía en casa de sus padres. Se había marchado hacía algunos meses a la ciudad, para vivir con su novio. Es verdad que no les había ido muy bien últimamente, pero según Sara todo se iba arreglando. Eran peleas de enamorados, decía con inocencia. Pero su novio nunca les había gustado a sus padres, porque éstos pensaban que tenía algo de salvaje. Temían que llegara a pegarla, que se mostrara muy dominante y celoso.

Sara estudiaba Arquitectura en la Universidad, estaba en segundo año y le marchaba muy bien, mejor de lo esperado. Desde muy niña le había encantado pintar, y pintaba bellamente. Con el tiempo, el estudio de la cultura clásica le había fascinado, y en especial su arte. Su habitación de casa estaba decorada por un póster gigantesco del Partenón de Atenas y otro de las desaparecidas Torres Gemelas de Nueva York. Las demás chicas se reían de ella hacía unos años porque no le gustaba salir a bailar, ni sabía nada de cantantes, actores o actrices. Era muy sensible, y sufría mucho, pero se consolaba enseguida con sus libros y sus dibujos. Cuando se sentía demasiado triste, se perdía por el campo con su libreta, y dibujaba árboles y paisajes hasta que se le gastaba el lápiz. Pero cuando nació su hermano pequeño, Luis, prefería quedarse en casita, con mamá y con el hermanito, y cantar suavemente para que Luisito se durmiera o dejara de llorar. Y es que Sara, además, cantaba muy bien. Era una chica adorable.

Mari Carmen era la menor. Luis era el mediano. Tenía 9 años. También era pelirrojo, aunque no se parecía a nadie de su familia. Era muy guapo. Jamás paraba quieto, tan rebelde y locuelo como había salido. Corría sin cesar, salvo cuando Sara se ponía a jugar con él o le cantaba alguna cancioncilla de ésas que se saben las abuelas. Sobresalía por sus picardías; cualquiera que se pusiera a su alcance estaba ante el peligro de sentarse en una chincheta o resbalarse con una cáscara de plátano, mas cuando se ponía cariñoso era el más amable, porque se le ponían los carrillos rosados y parecía de otro mundo, más humano, más bello. «¡Querubín, ven pacá! ¡Estáte quieto!», le gritaba constantemente su madre.

Mari Carmen tenía 4 añitos recién estrenados. Debilucha, mimosa y poco agraciada, nada le sentaba bien, nada le gustaba y nada la mantenía entretenida más de cinco minutos. «Piojito» la llamaba su hermana mayor; pero «chinche» prefería llamarla su madre, que era quien más (y mejor) tenía que sufrirla. «¡Bendita cruz!», se decía, cuando ya no aguantaba más sus lloriqueos o sus caprichos, «¡bendita cruz, qué haría yo sin ella!».  O qué harían sus hermanos, sobre todo Luisito, a quien estaba unida por un vínculo secreto y profundo y con quien se entendía como si fueran la misma persona. Siempre que le veía demasiado nervioso o acelerado, ella iba, le abrazaba muy muy fuerte, porque sabía que eso le hipnotizaba. Luisito la miraba muy dulcemente, y le parecía que ya nunca más iba a estar solo en la vida. La soledad ni siquiera existía como idea, como temor. Ella podía leer en sus ojos el pesado aburrimiento o la irascible taquicardia. ¡Aunque era tan pequeña ya hacía de hermana mayor con él!

Claro que Luisito no sabía muy bien lo que pensar, ni se le ocurrían estas cosas, pero las pensaba, por supuesto que las pensaba. Si no las hubiera pensado, yo no las hubiera sabido. Y si yo no las hubiera sabido, ¿cómo iba a escribirlas?

El papá, Francisco, Paco en la intimidad, era una desconcertante y atrayente mezcla entre Sara y Luis. Su mujer decía que se parecía más a Mari Carmen, que era más como ella, dulzón, detallista, «poquita cosa», incapaz de vivir un solo día sin que le besaran, le dijera que iba más guapo al trabajo que nadie, incluso más guapo que el futbolista ése del Real Madrid… ¿cómo se llamaba? ¡Bah, da igual!. El caso es que Lucía se equivocaba. Francisco era independiente, como Sara, y como ella también cultivado y curioso; pero asimismo inquieto y travieso. Era travieso porque era independiente, pero también porque no sabía estar solo, como Luis. Por eso tenía que llamar la atención. ¡Tan paradójico…! Todos los días venía con algún chiste o algún chismorreo nuevo. ¡Y cómo se reía él solo de sus cosas! Él fue quien le enseñó a Luis muchos de sus «trucos», como vaciar el tubo de pegamento y rellenarlo de zumo de tomate, para que cuando alguien fuera a pegar algo… Luego venía la bronca de mamá, y el permanecer toda la tarde en casa encerrado, sin poder salir a correr. Luisito lloraba y gritaba que papá también tenía que estar castigado, pero papá iba a consolarle y siempre le decía que los niños no tenían que hacer esas cosas.

– ¡Yo no quiero ser niño! – respondía entonces Luis, y seguía llorando, pero enseguida venía Mari Carmen y le abrazaba muy fuerte hasta que se calmaba. Entonces a veces mamá le dejaba jugar con su hermanita si prometía que no volvería a hacer las travesuras que le enseñaba papá.

– ¡Papá, a mí no me enseñas travesuras! -se solía quejar Sara cada vez que se enteraba de una nueva.

Y Paco contestaba:

– Cariño, tú misma eres una travesura. -Y sonreía maliciosamente, mientras su mujer le echaba una miraba amenazante, aunque no exenta de escondida picardía.

En un día grisáceo e incómodo del mes de febrero, Lucía se levantó muy temprano, como cada mañana, poco después del alba, mientras su marido aún dormía. Siempre se quedaba media hora más en la cama. Pero ella enseguida se ponía a trabajar. Preparaba los bocadillos para los chicos, bien cargados, su ropa, siempre planchada y limpia, y sus libros, que solos pesaban toneladas. Hacía los desayunos para que estuvieran a punto cuando se levantaran. Arreglaba el salón, que los niños solían dejar como un campo de batalla antes de caer rendidos en el sofá. Echaba a lavar la ropa, tendía, planchaba y limpiaba. Luego había que vestir a los niños, peinarles, ayudarles con el desayuno, y aguantar a Paco preguntando dónde estaban sus camisas de lino con rayas azules, o su cartera, o sus discos compactos sobre el proyecto en que estaba trabajando… Y todo, antes de salir corriendo a trabajar en la oficina. ¡Heroína ella de los tiempos modernos, que todo lo dejan a dos manos, sin dejarlas a su vez libres!

Paco la ayudaba en alguna cosa, pero no tenía aguante. Enseguida se hartaba de vestir a los niños, o de recoger la mesa, o de tender la ropa en el balcón. Por cierto, un balcón pequeño, aunque muy luminoso, que daba a la calle principal del pueblo, un pueblo minúsculo, repleto de gente y muy cercano a la ciudad, donde todos los de allí trabajaban. En aquel pueblo convivían hombres y mujeres de toda condición. Había diputados, empresarios y banqueros; había libreros, escritores y profesores; y había bomberos y policías y obreros. No faltaba nadie. Hasta había curas, por lo menos uno; vivía en una casita muy chiquitina, muy coqueta, que habían construido al lado de la capilla del pueblo. Todos los vecinos habían contribuido un poco para hacerle una casa al párroco. Pero el párroco se marchó, y luego vino otro, que también se fue, y luego otro, y así todos duraban muy poco; unos decían que era porque se aburrían allí, porque nunca pasaba nada interesante y pedían que les trasladaran; otros decían que el obispo usaba el pueblo como «banco de pruebas» para los curas jóvenes; yo digo que había un poco de todo, pero que, quiérase o no, son hombres sin raíces en este mundo: están sin ser, y son pero no están.

El caso es que aquel día de febrero Lucía se levantó a la hora de siempre. Miró por la ventana y vio las nubes cubriendo el cielo. Le pesaban las nubes en el ánimo. Se desperezó con un poco de agua fría, y despertó a Francisco.

– Venga, niño, que ya es bien de día.

– Ay, Lu, déjame un rato más -le respondió él.

– No me llames Lu, que te espabilo -dijo ella-, y arriba, que hay que llevar a los chicos al zoo. Acuérdate que hoy es sábado, que no trabajamos y que les prometimos a los pequeños que hoy iban a ver el zoo. Así que ya estás levantándote, que éstos se despiertan ya mismo y están danzando por la casa pidiendo que nos demos prisa.

          – ¡Va, generala! -dijo él, y la abrazó contra él bruscamente besándola.

– ¡Suéltame, que me haces daño!

– Vamos a ver animalitos, madraza.

Los chicos enseguida salieron de sus camas, con el recuerdo de la promesa de sus padres del día anterior. Estaban muy ilusionados.

De camino al zoo, un loco que conducía un coche rojo deportivo intentó adelantarles en zona prohibida, en un cambio de rasante. De frente venía un férreo camión. Chocaron terriblemente uno y otro; éste fue despedido a un lado, aquél se balanceó sobre su flanco izquierdo, dobló ligeramente el morro y volcó con estruendo y violencia sobre la calzada, arrastrando a cuantos vehículos por ella marchaban. Uno de éstos resultó ser el concurrido coche de nuestra feliz familia. Y ahí acabó el viaje. Sólo Mari Carmen sobrevivió… Infierno de cuerpos atrapados en líquida sangre.

Quince años después…

Sobre la pálida cara se había volcado un pulido estrato de maquillaje, para que nadie viera sus tristes ojos ni sus pómulos abandonados de caricias, ni sus mohosos labios por ausencia de palabras, ni sus formas solitarias. Salió ella de casa, como cada mañana, y miró a todos lados, y vio a todos, y no vio a nadie. Se vio sólo a sí. Dio un primer paso, y muchos otros la llevaron, como cada mañana, lejos, muy lejos, tanto como podía, aunque menos de lo que deseaba. Entró lentamente, pesadamente, en su mazmorra de cristales refulgentes y mármoles de imitación, de humosos ruidos y excrecencias verbales. Caras descompuestas vio pasar en la lejanía. De lejos todos la miraban… ¿O era ella la que no había venido?

Alguien le habló:

– ¡Hola! Buenos días. ¿Cómo estás?

Ella no contestó. Apretó el paso, se volvió y salió de allí. Una voz gritó a su espalda:

– ¡Oye! ¿Qué te pasa? ¿Qué te he hecho para que te pongas así?

Ella no contestó. No oyó, sólo su espalda oyó.

Se sentó en un banco, después de mucho andar, dolorida, cansada, confusa. No sabía qué hacía allí, pero tenía que huir, tenía que salir de aquella desdichada cárcel donde los carceleros eran los demás, acaso también ella misma… Con dificultad y rabia lloró. Pero yo aquí callo, pues las lágrimas de los inocentes son el mejor bozal…

Yo no entiendo tampoco lo que le sucedía, lector. No te extrañes si no me entiendes. Pero tengo que contarte lo que le pasó aquel día, el último de su corta vida. La dejamos hace un segundo sentada. Sin embargo, no fue largo el tiempo que allí estuvo. Pronto se levantó sin pensarlo, como obligada por una urgencia ineludible. Rauda, corrió avenida abajo, mientras el tráfico seguía a lo suyo, que no es otra cosa que seguir, y seguir, y seguir, sin que importen ni la hora ni el día. No se debe pensar lo que se escribe. Perdóname, pues, si me expreso mal.

Mari Carmen corrió hasta sofocarse, y tan sofocada estaba que le costó respirar de nuevo con normalidad cuando se detuvo. Al lado de un banco se paró, y se sentó acalorada. Ya no tenía más ganas de huir, y se culpaba de estar haciendo algo malo. Se sentía abatida y humillada, apresada por una vida que no respondía a sus sueños, unos sueños de niña quizá, pero luminosos, dulces, sencillos. ¿Acaso la vida no era algo sencillo? ¿Por qué todos se la hacían tan difícil? Tal vez lo hicieran sin querer, tal vez todos trataran de ayudarla y ser amables con ella, pero ella no quería ayuda, sólo quería bondad; una bondad que irradiara a su alrededor, que partiera de cada alma y que fuera la cuerda que amarrara a todos y que hiciera un poco más fácil la «ascensión a la montaña» que para muchos era la vida. ¡Bah!… No valía la pena quejarse por los demás. Pero por ella misma… Le ardía el alma por ella misma.

Llovía suavemente. Mari Carmen no se movió. No sentía nada exterior. Los coches seguían pasando a toda marcha, las personas iban y venían por delante de ella sin inmutarse, si detenerse siquiera un instante, ni ella hacía caso alguno. Eran cerca de las tres de la tarde.

En soledad pensaba. Lloraba suavemente, aunque las lágrimas ya no le brotaban. Hacía frío y al mismo tiempo calor. Se sentía feliz por tantas cosas… y triste por muchas más. Las imágenes de su pasado y sus sentimientos eran veloces ráfagas de viento que levantaban las hojas de su endeble cordura.

Trató de levantarse un par de veces. Los músculos se le habían entumecido, y la humedad había entrado hasta sus huesos. Además, tenía que volver al trabajo. Quizá todavía podía evitar una buena bronca… No tuvo fuerzas.

Así que allí se quedó. Nadie había a su lado, pero ella pensaba en todos. Bueno, en realidad no pensaba. Sencillamente soñaba. Soñaba con su primer amor. Soñaba con sus primeros paseos al sol. Soñaba con sus primeros amigos. Soñaba con su primer baile en la penumbra… Y el presente le parecía un sueño.

Soñaba con todo lo que había perdido con el paso de los años. Había perdido a sus padres, el verdadero manantial de su fortaleza y su ilusión. Había perdido a sus amigos de juventud, los únicos que escuchaban sus penas y entendían sus ideales. Había perdido a su amor, que le inspiraba tanta serenidad y alegría. Había perdido todo lo que la gente normal considera como imprescindible para ser feliz: no era extraño que se sintiera muerta en vida.

Recordó su viejo pueblo… Aquellas calles repletas de baches y que le parecían interminables cuando era chica; aquellas casas descuadradas y pintadas de raros colores, que siempre le habían hecho reír; aquellos amaneceres tan frescos, pero deslumbrantes; aquella mezcolanza con la naturaleza, que se te metía en casa a menos que le cerraras bien las puertas, y aun con eso demoledora y hermosa, delicada y enemiga, dulcemente terrible; aquel silencio impenetrable de la noche y el sereno estallido de la mañana; el espantoso rugir de las nubes negras y el simpático silbido de la lluvia amiga…

Pero también recordó otros años, otros lugares… Aquellos ratitos de charla con las primeras amigas de adolescencia; aquellas miradas de la pubertad que tanta sangre atraían; aquellos susurros poéticos de los libros antiguos mirados con ojos nuevos y escrutadores; aquellas pequeñas faltas como faltar un día a clase por ir a ver entrenar al equipo de fútbol; aquellas comidas y aquellas cenas llenas de risas y complicidad con las compañeras; aquella sensación de pertenecer a un grupo protector…

Sus sueños no le ayudaron a levantarse del banco. Sus recuerdos no le dieron más fuerzas. Sus tristezas la hundieron aún más en el abismo de la nostalgia. Y, sin embargo, no sentía vacío; no sentía el sinsentido. La vida le seguía pareciendo valiosa; voluble y ciega quizá, pero al fin y al cabo bella, adorable y luminosa como una gema escondida en el fango. Había que retirar el fango con las manos, y mancharse, y llenarse hasta los ojos de suciedad, para encontrar aquel tesoro, más grande para ella cuanto más tardaba en tenerlo en sus manos. Había que beber la vida hasta el fondo, hasta los posos, aunque supiese amarga y diese náuseas. No había infierno en la tristeza; el infierno está más bien en la indiferencia. La tristeza ayuda a traer a la memoria la alegría que ya no se posee, y al menos en esto es buena. No se pierde lo que se recuerda. No se pierde el bien si al menos se guarda muy dentro. Y ahí lo iba a guardar, muy muy dentro, para que no se le fuera, para que no se le agotara. Y ahí iban a seguir ellos, para que no se le olvidaran… ¡Ojalá mañana volvieran a casa!

Pasaron las horas, llegó la noche.

Por la mañana, la encontraron en el mismo banco donde se tumbó a dormir. Un ligero rocío cubría sus ropas, su cara, sus manos, su pelo, sus ropas baratas, su cara lánguida, sus manos blancas, su pelo lacio.

Semejaba un susurro del invierno.

No se movió cuando le robaron el bolso. Ni se movió cuando alguien trató de despertarla tímidamente. Ni se movió cuando la recogió la ambulancia. El forense dijo que había muerto de congelación. Yo creo que murió de tristeza…

SIN PIRULETAS

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