<<Moisés subió de los llanos de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisga, enfrente de Jericó. Y el Señor le mostró toda la tierra: desde Galaad hasta Dan, todo Neftalí, la tierra de Efraín y Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar Mediterráneo, el Negueb, el distrito del valle Jericó, la ciudad de las palmeras, hasta Soar.
Y le dijo: «Esta es la tierra que yo juré a Abrahán, Isaac y Jacob en estos términos: Se la dará a tu descendencia. Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella». Moisés, siervo de Dios, murió allí, en la tierra de Moab, como lo había dispuesto el Señor. El Señor lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet Fegor, y nadie hasta hoy conoce su tumba. Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían apagado sus ojos ni se había debilitado su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés treinta días en los llanos de Moab, cumpliéndose así los días del llanto por el luto de Moisés. Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas, como lo había ordenado Moisés.
No ha vuelto a aparecer en Israel un profeta como Moisés, con el cual el Señor trataba cara a cara; ni por los milagros y prodigios que el Señor le mandó hacer en Egipto contra el Faraón, sus funcionarios y todo su territorio, ni por su mano poderosa y las grandes hazañas que realizó a los ojos de todo Israel>>.
(Deuteronomio, 34)
Este es el final del Libro del Deuteronomio, en la Biblia. ¿Qué os parece? Sinceramente, yo mismo no habría creado un final más épico para la historia de Moisés. Puede sonar raro que no pudiera entrar en la Tierra prometida, pero tenía sentido, ¿sabéis? Él no era el rey de Israel, sino el profeta elegido por Dios para conducirlo hasta allí. Su labor había terminado. Tenían que continuarla otros. En el fondo, era lógico. Además, Israel era como un niño todavía; necesitaba madurar, guiarse por sí mismo, aprender las duras lecciones de la vida. Igual que los humanos necesitamos perder a veces a nuestros padres o protectores, o alejarnos de ellos, para comenzar a ser adultos, así también Israel. Pero lo que me resulta más increíble e interesante es que el propio texto bíblico reconoce que los israelitas posteriores no sabían dónde estaba la tumba de Moisés. Es decir, la figura más importante de su historia… ¡y no sabían dónde estaba su tumba! No sé si es algo para reír o para llorar. Pero es un buen sueño para un arqueólogo, ¿no os parece?
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